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Querido Padre,
¿podrías ayudarme con el tema del primado de Pedro?
¿Era verdaderamente el obispo de Roma el jefe o el primero entre los demás obispos?
Habiendo tenido la ocasión de relacionarme con algunos ortodoxos, me fueron mostrados algunos escritos pre-cismáticos acerca de la escasa aceptación del predominio del obispo de Roma/papa, en particular por lo que a los padres orientales se refiere. ¿Cómo es posible?
Te agradezco.
Te deseo una buena celebración de la Santa Misa.
Martin
Respuesta del sacerdote
Querido Martin,
1. el asunto del cisma de oriente es sencillamente penoso.
Se trata prevalentemente de intrigas políticas.
Para no extenderme demasiado, te propongo los antecedentes tal como los presentan dos estudiosos de Historia eclesiástica, Bihlmeyer – Tuechle.
2. Hasta el noveno siglo no hubo problemas entre Roma y Constantinopla.
Bizancio siempre reconoció abiertamente el primado del Papa y para resolver las controversias se recurría a él, tanto por parte civil cuanto por parte eclesiástica.
Luego surgieron los problemas de los que seguidamente te contaré, que eran intrigas y maniobras de poder.
Cuando al fin se dieron cuenta que de hecho se estaba ante una situación de cisma, se trató de justificar.
Desde el punto de vista político, se decía que el Imperio-romano de Occidente se había desmoronado (año 476), la Antigua Roma había sucumbido y había surgido una nueva Roma: Bizancio, Constantinopla.
Por lo tanto el obispo de Roma que debía gobernar a toda la Iglesia debía ser el obispo de la nueva Roma, es decir Constantinopla.
A esta afirmación es suficiente recordar que había cesado el imperio Romano de occidente, pero no había sucumbido la Iglesia de Roma.
Desde el punto de vista teológico se trataba de minucias, como las que podrás leer.
La misma cuestión del Filioque no era de difícil resolución.
3. En la historia del primer milenio hay que recordar cuanto dijeron los padres conciliares unánimemente en el concilio de Calcedonia (ciudad de Asia Menor frente a Bizancio) en el año 451: El Papa León Magno no estaba presente. Pero envió al obispo de Constantinopla un importante texto doctrinal, el llamado Tomo a Flaviano, que fue leído en Calcedonia.
Todos los Obispos presentes, la mayoría orientales, después de la lectura, exclamaron a una voz: “Pedro ha hablado por boca de León”.
4. No hay que olvidar que en Constantinopla no había sido bien aceptada la proclamación de Carlomagno como Rey del Sacro Imperio Romano en el año 800.
Se decía, ¿para qué proclamar un nuevo emperador, si ya lo había y estaba en Constantinopla?
5. Pero he aquí cómo nuestros dos autores describen lo que ocurrió en el siglo nueve.
“1. En la segunda mitad del siglo noveno duras luchas se abatieron de nuevo sobre la iglesia griega, luchas que fueron el preludio de su separación definitiva de Occidente. La ocasión fue el controvertido nombramiento del nuevo titular de la sede del obispado de Bizancio. Desde el 847, ésta estaba ocupada por el patriarca Ignacio, un hijo del emperador Miguel II, que antes había sido monje, persona pía pero políticamente un conservador radical. Su posición era muy difícil.
Además de algunos obispos, tenía como enemigo político a César Barda, tío del emperador Miguel III «el Beodo», quien dominaba completamente al joven sobrino, después que éste fuera declarado mayor de edad y su madre, la emperatriz Teodora, alejada del gobierno (856).
En la Epifanía del año 858 Ignacio rechazó en público la comunión a Barda, a causa de su vida inmoral -en realidad la acusación no era del todo justa. Por este hecho y por su actitud política, en noviembre de 858 fue obligado a abdicar y en su lugar fue nombrado Focio, quien aún no había manifestado preferencias por uno u otro partido: era amigo del apóstol de los Eslavos Cirilo, originario de una familia muy distinguida emparentada con la casa imperial, secretario de estado y comandante de la guardia del cuerpo imperial y el docto más notable de su tiempo.
Todavía siendo laico, en el arco de cinco días recibió todos los órdenes sagrados, comprendida la consagración episcopal, que le fue conferida por el arzobispo de Siracusa Gregorio Asbesta, quien había sido excomulgado por Ignacio, y por otros dos obispos, al parecer seguidores de Ignacio. Este último, que había sacrificado sus propios intereses en favor de la Iglesia, tenía muchos sostenedores, especialmente entre los monjes: ellos no estaban de acuerdo con su abdicación y con la política de Focio, si bien éste se había comprometido a comportarse con deferencia hacia Ignacio.
Bajo la dirección del arzobispo Metrófanes de Esmirna los adversarios de Focio se reunieron en la iglesia de s. Irene y declararon a Focio usurpador del patriarcado, y así fue depuesto y excomulgado.
Posteriormente los focianos en un sínodo celebrado en la iglesia de los Apóstoles (primavera del año 859) sancionaron la excomunión y deposición contra los seguidores de Ignacio, y contra él mismo, si hubiese querido retomar su lugar como patriarca.
De este modo las oposiciones políticas llevaron también a una profunda división en la iglesia bizantina.
2. El emperador Miguel solicitó al Papa que enviara legados para un concilio, en el que se debía pronunciar un juicio definitivo sobre la cuestión de las imágenes.
Simultáneamente Focio comunicó al Papa la noticia de su nombramiento. A la aguda mirada del Papa Nicolás I no podían pasar inadvertidos los defectos en la entronización de Focio (nombramiento de un laico, consagración por parte del arzobispo Gregorio, cuya posición aún no había sido decidida por Roma), como también el hecho de que la sede estaba ocupada por Ignacio.
Para examinar la situación el Papa envió dos legados a Oriente y al mismo tiempo solicitó la restitución de los derechos y de las posesiones que el emperador León III había confiscado a la Iglesia de Roma.
Los legados fueron más allá de su autorización y pronunciaron la sentencia que el Papa había reservado para sí.
Volvieron a confirmar la deposición de Ignacio, pronunciada nuevamente por un gran sínodo en Constantinopla, mientras Ignacio por su parte declaraba no válida su abdicación y se negaba a reconocer a los legados como sus jueces. Sus sostenedores enviaron un informe a Roma, después del cual el Papa, en un sínodo romano del año 863, destituyó a los legados de su encargo, decretó que Focio quedaba privado de toda dignidad eclesiástica: en caso de desobediencia tanto Focio como sus seguidores fueron amenazados de quedar excomulgados; por fin se ordenó el reintegro de Ignacio y de sus sostenedores, con la esperanza de obtener el favor a los pedidos papales acerca de la jurisdicción sobre el Ilírico.
Pero la sentencia en un primer momento no tuvo ningún efecto práctico, pues Focio tenía el apoyo de la corte. El emperador Miguel llegó al punto de pedir drásticamente que fuera retirada la disposición. En su contra el Papa Nicolás defendió intrépidamente los derechos de la Sede Apostólica, pero se declaró dispuesto a examinar toda la diatriba acerca de Ignacio y Focio, si éstos hubiesen enviado unos legados. (865).
Poco después (866) los Búlgaros se incorporaron a la Iglesia de Roma: este hecho generó malhumor en Bizancio y Focio pasó en abierta lucha contra Roma. En una encíclica del 867 a los otros tres patriarcas de Oriente él expresó fuertes acusaciones contra la injerencia de los misioneros romanos en Bulgaria y contra la disciplina occidental que allí se introdujo: el ayuno del sábado, el uso de lácteos en la primera semana de la cuaresma, el celibato eclesiástico y el no reconocimiento de la confirmación administrada por los sacerdotes griegos.
Combatió también como una execrable herejía la doctrina de los Occidentales acerca de la la procedencia del Espíritu Santo del Padre y del Hijo, sin mencionar como tal la añadidura del Filioque en el Credo, añadidura que aún no era común en la liturgia romana.
En cambio hay buenos motivos para negar que Focio fuera autor de la doctrina, según la cual el primado eclesiástico habría sido transferido a Constantinopla con el traslado de la residencia imperial. La misma encíclica convocaba a los patriarcas a un gran sínodo en Constantinopla, para pronunciar un juicio sobre el Papa. El sínodo tuvo lugar en el verano del 867 en presencia de la corte.
Sin ningún derecho, este sínodo excomulgó y depuso cual “hereje y devastador de la viña del Señor” al papa Nicolás, quien murió antes de haber sido informado acerca de esta decisión. Llegado este punto, la ruptura se había completado. Casi todo Occidente estaba del lado del Papa: teólogos francos, como Eneas de París y Ratramno de Corbie, rechazaron los ataques de los griegos en escritos específicos.
3. El triunfo de Focio, de todos modos, duró muy poco. En setiembre del 867 Basilio I el Macedonio ((67-86), hasta ese entonces colega en el imperio, se adueñó de todo el gobierno, después de haber asesinado a Miguel. Como a menudo ocurría en el imperio bizantino, a los cambios políticos se sucedían también los eclesiásticos. Pocos días después de la coronación, el nuevo emperador obligó a abdicar a Focio, reasignó a Ignacio y retomó las relaciones con Roma. En afinidad con la severa decisión tomada por el papa Adriano II (867-72) en un sínodo romano del año 869, se celebró el octavo concilio ecuménico en Constantinopla (octubre 869-marzo 870) bajo la guía de tres legados pontificios, pero con una escasa frecuencia. Focio fue condenado y excomulgado como un intruso y un nuevo Dioscuro; sus promotores fueron excomulgados y los eclesiásticos por él ordenados fueron reducidos al estado laical.
Pero Focio y la mayoría de sus promotores no se sometieron. Como en una sucesiva sesión del concilio, los Búlgaros fueron acomunados nuevamente al patriarcado de Constantinopla, y no obstante las encarecidas protestas de los legados papales, sobrevino una nueva y severa tensión entre Roma y Bizancio. El papa Juan VIII (872-82) exhortó inútilmente llegando hasta invocar la excomunión y la deposición a devolver Bulgaria, pero todo fue en vano.
4. Después de la muerte de Ignacio (877 u 878), Focio volvió por segunda vez al trono patriarcal de Constantinopla. En efecto él, también durante el exilio, había mantenido sus seguidores, se había reconciliado con Ignacio y desde hacía tiempo se había ganado el aprecio del emperador, quien le había confiado la educación de sus hijos. (…)
El patriarca Focio, llegando al auge de su actividad sufrió un trágico desplome: el emperador León VI el filósofo (866-912), por antipatía personal y por razones de política interna, depuso inmediatamente después de su entronización, a su viejo maestro y concedió la dignidad patriarcal a su propio hermano de dieciséis años, el príncipe Esteban. Focio fue relegado a un monasterio donde falleció alrededor del año 892.
Los griegos honraron grandemente su memoria. Hacia fines del siglo décimo es honrado en los documentos oficiales hasta como maestro apostólico y ecuménico y como santo” (Historia de la Iglesia, II§ 93, 1-4).
6. El cisma, como puede notarse, comenzó mediante laceraciones.
Luego, cuando los orientales terminaron de alejarse, buscaron justificar su conducta.
Es lo que ocurre a menudo y que puede ocurrir también hoy en día.
Te deseo todo bien, te bendigo y te recuerdo en la oración.
Padre Angelo