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Buenos días, padre Ángelo,

Ya le he escrito otras veces y quisiera presentarle algunas reflexiones que me han surgido en estos días después de recibir la noticia de que mi hermana se quiere separar del marido

Tienen dos hermosas hijas que obviamente están sufriendo mucho por esta situación que se está presentando desde hace cuatro años, después de que mi cuñado traicionó a mi hermana y ella cayó en una profunda crisis nerviosa y depresión. Ha adelgazado casi 20 Kilos y es la misma depresión, la que la lleva a tener rabia con el mundo, vivir triste, desilusionada y siempre alterada.

Se que, desde hace cuatro años en su familia, muy seguido ocurren escenas y episodios muy duros que me rompen el corazón. Me siento triste sobre todo por las niñas y por mi hermana. Mi hermana en estos años ha buscado diferentes maneras para lograr perdonar (aclaro que no es una persona de fe) pero no lo ha conseguido, siente repugnancia por su esposo y no lo soporta. Se siente herida, humillada, dice haber soportado tantas cosas de parte de él y de su familia por amor y que no merecía ser traicionada. No porque es mi hermana, pero confirmo que mi cuñado es un tipo “tosco” vulgar, sin valores, con pocas ganas de trabajar y mi hermana se rompe la espalda trabajando para que no le falte nada a su familia. Sin embargo, ahora se ha dado por vencida.

Como cristiana obviamente estoy en contra del divorcio pero me pregunto ¿qué cosa será lo mejor para estas niñas: Continuar viendo una madre fuera de sí y enferma, peleas y humillaciones o el divorcio?

Mis tres hermanos y yo también vivimos una relación desastrosa entre nuestros padres. Peleas, blasfemias, mi madre ha siempre sufrido tanto, callado, soportado, pero aún siendo una mujer de fe nunca ha podido hacer cambiar a mi padre ni perdonar sus defectos.

Honestamente no sé qué cosa habría sido mejor, si verlos separados o haberlos visto toda la vida odiarse, sufrir, estar mal.

¿Qué hace un cristiano en estos casos? ¿Qué es lo mejor para los hijos?

Le agradezco si quisiera responderme.

F.


Respuesta del sacerdote

Estimada, 

1. Si no hay fe, es decir si no hay amor por Jesús, ante una persona que se comporta como tu cuñado, aparece la inclinación a ceder y romper con la familia. Si, por el contrario, uno es consciente de que el Señor nos ha encomendado a esas personas para custodiar para la vida eterna, entonces todo cambia e incluso se está dispuesto a caminar por el camino doloroso del Calvario.

2. Según lo que me has dicho, desafortunadamente esta fe le falta a tu hermana. Sin embargo, desde un punto de vista humano diría que por el bien de las hijas que tienen una necesidad profunda de vivir en una familia con un padre y una madre, es necesario beber cualquier trago amargo y evitar el drama. 

3. Pero si este proceder resulta imposible y la unión de la familia implicase un daño más grande que el de una separación temporal, sería prudente tomar el camino de la separación que mantenga sin embargo, la puerta abierta a la esperanza de un renovamiento interior de los cónyuges.  

4. El camino del divorcio en cambio expresa que todo ha terminado y que entonces será más fácil para las personas divorciadas volverse a unir a otra persona, lo cuál sería también muy doloroso al menos para las hijas que van y vienen voluntariamente de la casa donde vive el padre a la casa de la madre y viceversa. 

5. Me dices al final: “Honestamente no sé qué habría sido mejor, si verlos separados o haberlos visto odiarse toda la vida, sufrir, estar mal. ¿Qué debe hacer un cristiano en este caso?”

Un cristiano en estos casos debería llevar el amor de Dios. Tener en casa el amor de Dios es el secreto para superar todo. 

6. Pienso en lo que ha dicho el vicario general a aquel  que después se convertiría en el Santo Cura de Ars, cuando lo mandó como párroco en aquella localidad: “En Ars hay poco amor por Dios, tú se los llevarás”.

Y es eso lo que debe hacer cada cristiano en situaciones como la que has descrito. 

Recordaré a la familia de tu hermana en mis oraciones para que el amor de Dios llegue a esa casa.

También oraré por ti y los bendigo a todos.  

Padre Angelo.


Traducido por Laura A. Ustáriz