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Querido Padre Angelo,
Llevo un tiempo leyendo sus respuestas a las preguntas que le han planteado varios creyentes y he decidido pedirle que aclare algunas de mis dudas sobre la elección que estoy haciendo para mi futuro. Soy un estudiante de primer año de ingeniería, de diecinueve años, pero esto no es lo que quiero hacer: a lo largo de los años he desarrollado un deseo cada vez mayor de ingresar a la academia militar para graduarme allí, convertirme en oficial y servir en el ejército. Pero este deseo tan fuerte mío chocó con algunos obstáculos que me hacen pensar mucho y que también me llevaron a elegir no tomar este camino inmediatamente después de la secundaria, sino esperar un año como lo estoy haciendo actualmente. Estos obstáculos son: por un lado, el disgusto de mis padres al saber de mí que mi intención es ser militar; por otro, la conciliabilidad de algunos aspectos de esta elección con mi fe. Y aquí es donde pido su ayuda.
Como soldado, obviamente podría encontrarme en situaciones en las que mis acciones llevarían a quitarle la vida a otros hombres, sin mencionar que podría ser yo mismo quien se encontrara en una situación de matar a alguien.
Cuando quiera decir todo esto en el confesionario, ¿cómo podré obtener la absolución, si para esta es necesario, además del arrepentimiento, el deseo sincero de no querer cometer más los pecados confesados, mientras yo, haciéndolo por trabajo, ¿seré consciente de que tal vez tenga que volver a matar o causar la muerte? Además, el Estado al que serviría es, como sabemos, un Estado laico, que en las últimas décadas ya ha presentado legislaciones e iniciativas contrarias a la fe cristiana (pienso en el aborto, pero no sólo) y que en el futuro podría promover otras. Por muy fuerte que sea mi respeto por las instituciones como tales y el deseo de servir a los demás y a mi patria (sentimientos que creo que están en continuidad con el catolicismo), me resultaría muy difícil ser un soldado, y por tanto un representante y un servidor, de un estado que es enemigo de mi fe. Por tanto, esta segunda pregunta es muy directa: ¿puedo servir y amar a Dios y a la Iglesia, como sé que debo y quiero hacerlo siempre siguiendo mi fe, y al mismo tiempo servir a este Estado como soldado?
Pido disculpas por la quizás excesiva extensión de mi carta. Sin embargo, creo que cada palabra fue necesaria para explicarle de la forma más clara y sincera posible todas las dudas que me atormentan. Espero haber sido claro.
Le agradezco de antemano su respuesta y le recuerdo en la oración.
Un cordial saludo.
Alberto
Respuesta del sacerdote
Querido Alberto,
1. te escribo de inmediato que no entraré en el asunto de si te conviene más ser ingeniero o entrar en la vida militar.
Me limito únicamente a observar que es legítimo y bueno entrar en la vida militar.
De hecho, es un servicio prestado a la sociedad para defenderla.
2. Por supuesto, si no hubiera habido pecado original no habría sido necesaria la vida militar.
Pero después del pecado original, como los hombres están inclinados al mal y de hecho a veces son malos, es necesario que la sociedad se defienda.
Como decían los santos padres, antiguos autores cristianos, el servicio militar es una “dolorosa necesidad”.
3. El santo Papa Pablo VI, hablando en la ONU el 4 de octubre de 1965, dijo: “Mientras el hombre siga siendo el ser débil, cambiante y hasta malo, que demuestra ser con frecuencia, las armas defensivas serán, desgraciadamente, necesarias. Pero a vosotros, vuestro coraje y vuestro valor os impulsan a estudiar los medios de garantizar la seguridad de la vida internacional sin recurrir a las armas”.
Lamentablemente los representantes de las naciones en la ONU no han estudiado cómo garantizar la seguridad internacional sin recurrir a las armas o, en cualquier caso, aunque lo hubieran estudiado, no hemos visto los efectos.
4. El objetivo de la vida militar no es matar personas, sino defenderse contra el asesinato y cualquier otra realidad subversiva.
El Concilio Vaticano II utilizó expresiones muy bellas para los militares, diciendo: “Los que, al servicio de la patria, se hallan en el ejercicio, considérense instrumentos de la seguridad y libertad de los pueblos, pues desempeñando bien esta función contribuyen realmente a estabilizar la paz.” (Gaudium et spes, 79).
5. Juan Pablo II, dirigiéndose a los alumnos de la escuela alpina de Aosta, les recordó: “Vuestra primera responsabilidad se llama compromiso por la paz.
La condición militar tiene su fundamento moral en la necesidad de defender los bienes espirituales y materiales de la comunidad nacional, de la patria… y lo cierto es que es necesario protegerse de aquellas tentaciones de agresión, de injusticia y de violencia que a menudo atraen y alteran el espíritu humano.
De hecho, existe una situación de pecado en la humanidad, que anida en el corazón de las personas y trata de afectar profundamente a los distintos estratos de la sociedad.
En este contexto, la defensa es prudencia, es un derecho, es un deber que compromete a los hombres a una vigilancia continua, interior y exterior, para impedir el estallido de la guerra… Por tanto, estad convencidos, queridos Alpinos, de que estáis llevando a cabo una obra de paz» (7.9.1987).
6. Si sucede que tal vez esta defensa tiene que utilizar armas, el objetivo no es matar gente sino disuadirla.
Y si esta agresión fuera continua y violenta entonces “la legítima defensa puede ser no sólo un derecho, sino un grave deber, para quien es responsable de la vida de los demás, para el bien común de la familia o de la comunidad civil” (Catecismo de la Iglesia Católica 2265).
7. Así justifica santo Tomás desde un perfil teológico el posible asesinato del agresor: “Nada impide que de un solo acto haya dos efectos, de los cuales uno sólo es intencionado y el otro no. Pero los actos morales reciben su especie de lo que está en la intención y no, por el contrario, de lo que es ajeno a ella, ya que esto les es accidental. Ahora bien: del acto de la persona que se defiende a sí misma pueden seguirse dos efectos: uno, la conservación de la propia vida; y otro, la muerte del agresor. Tal acto, en lo que se refiere a la conservación de la propia vida, nada tiene de ilícito, puesto que es natural a todo ser conservar su existencia todo cuanto pueda. Sin embargo, un acto que proviene de buena intención puede convertirse en ilícito si no es proporcionado al fin. Por consiguiente, si uno, para defender su propia vida, usa de mayor violencia de la que precisa, este acto será ilícito. Pero si rechaza la agresión moderadamente, será lícita la defensa, pues, con arreglo al derecho, es lícito repeler la fuerza con la fuerza, moderando la defensa según las necesidades de la seguridad amenazada. (vim vi repellere licet cum moderamine inculpatae tutelae). No es, pues, necesario para la salvación que el hombre renuncie al acto de defensa moderada para evitar ser asesinado, puesto que el hombre está más obligado a mirar por su propia vida que por la vida ajena.” (Summa theologica, II-II, 64, 7).
Por tanto, si optas por la vida militar, avanza serenamente. También puedes convertirte en santo siguiendo este camino.
Te bendigo, te deseo todo lo mejor y te recuerdo en la oración.
Padre Angelo