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Pregunta
Querido Padre Angelo,
le escribo porque desearía saber su opinión acerca de un asunto que me interesa muchísimo, y es que las grandes preguntas de la existencia, parecen haber desaparecido del horizonte del hombre moderno. Hoy en día son pocos los que se preguntan por el sentido de la vida y de la muerte, o buscan un significado por el propio pasaje por la tierra, el significado de un llamado o una derrota, de un destino o de cualquier designio que la Providencia nos pone en el camino. A lo máximo se vive al día, angustiados y dedicados a cosas de poco valor, no tenemos tiempo, ni ganas para detenernos a pensar. En el día de la conmemoración de nuestros hermanos difuntos esta pregunta debiera tener más fuerza para nosotros: ¿para qué vivo? ¿Tiene sentido esta tumba, ante la que rezo y delante de la que recuerdo al ser querido que nos ha dejado?
Yo creo -a los 24 años- que la mayor tragedia de nuestra época sea el acostumbramiento a la rutina, el sopor indeterminado que nos cansa y empobrece, privándonos de una amplia mirada y de las grandes preguntas, de una sed por la que levantando los ojos al cielo, observando un atardecer en el mar o presenciando el nacimiento de una nueva vida, tiene necesariamente que ser regenerada. ¿Nos hemos vuelto acaso frías máquinas, átomos aplastados en nuestra aridez? No obstante mi poca edad, advierto fuertemente este llamado a la santidad y no ceso de hacerme esas grandes preguntas: estoy de lleno ocupado en mis reflexiones como poeta, como estudiante y creyente.
Si puede, le agradecería su opinión acerca de estas consideraciones y sobre el por qué en definitiva las grandes preguntas de la vida no hallan cabida en el gris silencio cotidiano de nuestras agrias existencias.
En oración unido, le agradezco.
Roberto.
Respuesta del sacerdote
Querido Roberto,
1. escribiste tu mail el 2 de noviembre del 2020, el día en que la Iglesia católica conmemora a los difuntos. En ese día tus reflexiones consideraban como “las grandes preguntas de la existencia parecen haber desaparecido del horizonte del hombre moderno”.
Notas que “se vive al día, angustiados y dedicados a cosas de poco valor, no tenemos tiempo, ni ganas para detenernos a pensar.”
2. Lamentablemente no puedo decir que te equivocas, y tengo que afirmar que para muchos así es. La cuestión es dramática, porque los hombres a sabiendas o no, están preparando su futuro eterno.
Parece que son cada vez más puntuales las palabras de Nuestro Señor: “cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre”. (Mt 24,37-39).
3. Leyendo estas palabras tuyas espontáneamente las comparé con aquellas escritas por el Concilio Vaticano II que se celebró en la Iglesia hace poco más de medio siglo. Por entonces los Obispos allí reunidos podían decir: “Sin embargo, ante la actual evolución del mundo, son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: Qué es el hombre? Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? Qué puede dar el hombre a la sociedad? Qué puede esperar de ella? Qué hay después de esta vida temporal?: (Gaudium et Spes, 10).
4. Si el Sínodo de los obispos celebrado después de veinte años de la conclusión del Concilio había convenido que «el breve periodo de veinte años que nos separa de la conclusión del Concilio ha significado acelerados cambios en la historia _ y que «en este sentido los signos de nuestro tiempo no coinciden exactamente, en algunos puntos, con los del tiempo del Concilio. Entre estos signos… el fenómeno de la secularización «qué no se habrá de decir hoy?
Esta divergencia se ha vuelto aún mayor. Parece ser que cada vez son menos aquellos que se preguntan sobre las grandes cuestiones de la vida.
Juan Pablo II durante su pontificado dijo que muchísimas personas viven del todo desinteresadas respecto a su salvación eterna.
5. Qué es necesario hacer?
Me parece que estamos como en los tiempos de Santo Domingo, de quien estamos terminando las celebraciones de los 800 años de su muerte. La gente por entonces parecía adormecida y aquellos que tenían el deber de ladrar (sacerdotes y obispos), como hacen los perros para mantener a todos despiertos, estaban enmudecidos.
Cuando no se habla más de la vida futura hacia la que todos estamos dirigidos y que constituye el sentido primero de nuestra presencia en este mundo, equivale a estar enmudecidos.
Se habla de otras cosas, de muchos problemas que también son justos, pero pertenecen al orden temporal. Mientras que lo específico de la Iglesia es de orden sobrenatural. Se trata de la salvación eterna.
6. Por tu parte ora y refuerza tu oración con algún sacrificio para que aquellos que tienen el deber de ladrar, ladren. Que la Iglesia cumpla con su deber más importante que es el de predicar la conversión.
Con estas palabras, en efecto, el Señor comenzó su predicación: «Conviértanse y crean en el Evangelio «.
Después de su resurrección envió a los apóstoles por el mundo con la misión de «predicar a todos los pueblos la conversión y el perdón de los pecados» ( Lc 24, 47).
Claro que sería aún más hermoso si tu oración fuese como la de Isaías ante la queja del Señor que decía: «A quién enviaré y quién irá por nosotros?». Yo respondí: «Aquí estoy: envíame!». (Is6, 8).
Te acompaño con mucho gusto con mi oración y te bendigo.
Padre Angelo