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Buenas tardes,
Me llamo Chiara y llevo pocos meses de casada.
Le escribo porque he sufrido dos abortos y nuestra aflicción es muy grande. Pienso que no logro conseguir la paz porque aunque son hijos que están en el cielo, no he podido celebrar sus exequias. Es como si no les hubiera podido dar una identidad cristiana. ¿Puede ayudarme?
Hay mucha confusión con este tema, algunos me dicen que no son hijos porque tenían apenas pocas semanas, para otros son sólo un grumo de sangre.
Necesito claridad, también para poder hacer algo por ellos.
Gracias.

Respuesta del sacerdote

Querida Chiara,
1. desde el punto de vista científico está unánimemente aceptado que desde el instante mismo de la concepción comienza a existir un nuevo ser humano, con un ADN propio, como nunca hubo y nunca más habrá.
Aun simplemente bajo el aspecto fenomenológico, cada uno de nosotros, retrocediendo en el tiempo, puede afirmar que hemos comenzado a existir en un momento muy exacto, el de la concepción. Cada uno puede afirmar: “ese era yo” aunque no tuviéramos conciencia de nuestra existencia.

2. Según la enseñanza de la Iglesia, la creación del alma se verifica en el mismo instante de la concepción.
Juan XXIII en la encíclica Mater et Magistra afirma: “La vida del hombre, en efecto, ha de considerarse por todos como algo sagrado, ya que desde su mismo origen exige la acción creadora de Dios. Por tanto, quien se aparta de lo establecido por Él, no sólo ofende a la majestad divina y se degrada a sí mismo y a la humanidad entera, sino que, además, debilita las energías íntimas de su propio país”(MM, 194).
Explícitamente no dijo que es creada desde la concepción, sino que dijo algo equivalente: “desde su mismo origen”.
Ahora bien, como la misma ciencia lo reconoce, el fruto de la concepción no es un grumo de sangre, sino que aparece un ADN diferente al de la madre.
Se trata de un nuevo ser humano.

3. También el Concilio Vaticano II intervino sobre este argumento diciendo: “Pues Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo de modo digno del hombre. Por tanto, la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (Gaudium et spes, 51).
Evidentemente no habla del aborto espontáneo, que es sufrido por la gestante, sino del aborto procurado o voluntario.

4.  La Congregación para la doctrina de la fe en una declaración sobre el aborto provocado (18.11.1974) afirma: “el respeto a la vida humana se impone desde que comienza el proceso de la generación. Desde el momento de la fecundación del óvulo, queda inaugurada una vida que no es ni la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. No llegará a ser nunca humano si no lo es ya entonces” (n. 12).

5. Sucesivamente, el mismo documento especifica: “A esta evidencia de siempre, totalmente independiente de las disputas sobre el momento de la animación, la ciencia genética moderna aporta preciosas confirmaciones. Ella ha demostrado que desde el primer instante queda fijado el programa de lo que será este ser viviente: un hombre, individual, con sus notas características ya bien determinadas. Con la fecundación ha comenzado la aventura de una vida humana, cada una de cuyas grandes capacidades exige tiempo, un largo tiempo, para ponerse a punto y estar en condiciones de actuar. Lo menos que se puede decir es que la ciencia actual, en su estado más evolucionado, no da ningún apoyo sustancial a los defensores del aborto. Por lo demás, no es incumbencia de las ciencias biológicas dar un juicio decisivo acerca de cuestiones propiamente filosóficas y morales, como son la del momento en que se constituye la persona humana y la legitimidad del aborto. Ahora bien, desde el punto de vista moral, esto es cierto: aunque hubiese duda sobre la cuestión de si el fruto de la concepción es ya una persona humana, es objetivamente un pecado grave el atreverse a afrontar el riesgo de un homicidio (n. 13)”. 

6. La misma Congregación  bajo el pontificado de Juan Pablo II en la Instrucción Donum Vitae (22 de febrero de 1987) reafirma: “El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida”  (DV I,1).

7. Bajo el pontificado de Benedicto XVI, fue emanada una segunda Instrucción acerca de este argumento, la Dignitas personae (8 de septiembre 2008), que de forma más neta afirma: “A cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le debe reconocer la dignidad de persona (DP 1).
Después de haber dicho que: “aunque la presencia de un alma espiritual no se puede reconocer a partir de la observación de ningún dato experimental”, afirma que “las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen «una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana?».
Además: “el fruto de la generación humana desde el primer momento de su existencia, es decir, desde la constitución del cigoto, exige el respeto incondicionado que es moralmente debido al ser humano en su totalidad corporal y espiritual. El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida”.

8. En tu caso, además del dolor por la pérdida de estos niños, has tenido también el de no haberles asegurado el bautismo.
Sin embargo también respecto a esto, la Iglesia llama a la esperanza.
El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: «Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis» (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo” (CIC 1261).

9. El Bautismo ciertamente constituye el camino ordinario para la salvación, pero Dios tiene otros caminos, llamados extraordinarios, porque quiere donar la gracia a todos.
Por eso a todos, ya sea de forma ordinaria o extraordinaria ofrece la posibilidad de salvarse.

Deseándote todo bien para tu matrimonio, te bendigo y te recuerdo en la oración.
Padre Angelo