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Querido p. Angelo,
aquí sigue el texto del magisterio acerca de la afirmación que fuera de la Iglesia no hay salvación por el que el autor quiere claramente justificar la absoluta imposibilidad de salvación para los no católicos, contradiciendo así la constitución “Lumen gentium” del Concilio Vaticano II.
Papa Eugenio IV, Concilio di Firenze, Cantate Domino, 1441, ex-cathedra: ”La Iglesia cree firmemente, profesa y anuncia que ninguno de los que están fuera de la iglesia católica, no solo los paganos, sino también los Hebreos o los herejes y los cismáticos, podrán alcanzar la vida eterna, sino que irán al fuego eterno preparado por el diablo y sus ángeles, si antes de la muerte no se habrán reunido; cree tan importante la unidad del cuerpo de la Iglesia que tan solo a aquellos que perseveran, los sacramentos de la Iglesia obtendrán la salvación; y los ayunos, las limosnas y otras obras piadosas y los ejercicios de la milicia cristiana conceden el premio eterno; que nadie por más limosnas haya hecho y hasta si hubiera derramado la sangre por el nombre de Cristo puede salvarse si no permanece en el seno y en la unidad de la Iglesia Católica” (DS 1351).
Le pido disculpas por el tiempo que le estoy quitando.
Muchísimas gracias.
Matteo


Respuesta del sacerdote

Querido Matteo,
1. ante todo hay que notar que la afirmación no es de Eugenio IV ex cathedra, sino del concilio de Florencia bajo el pontificado de Eugenio IV.
Sustancialmente cambia poco, sin embargo es el concilio el que se expresa en su magisterio extraordinario.

2. Justamente se dice “si no permanece en el seno y en la unidad de la Iglesia Católica”.
Sin embargo el concilio no aclara de qué manera se pueda estar en el seno y en la unidad de la Iglesia Católica.
Pero está sobreentendido que puede permanecer de forma explícita y visible o bien de forma implícita y latente.

3. Procedamos gradualmente.
Por sobre todo es voluntad de Cristo salvar a todos. Su voluntad no es inerte, sino eficaz y operativa.
Mira lo que Él mismo ha dicho: «y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32).
Por lo tanto Jesús actúa de manera invisible y segura en el corazón de todos.
En otra ocasión dijo también: «Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor» (Jn 10, 16).
Hay que recordar también las palabras que pronunció cuando le dijeron: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros» (Mc 9,38). A lo que Jesús respondió: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros» (Mc 9,39-40).
Por eso en el prólogo del Evangelio según San Juan se dice: «La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre» (Jn 1,9).
A la luz de estas afirmaciones, es que Pablo puede decir: «Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, porque él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre él también, que se entregó a sí mismo para rescatar a todos» (1 Tm 2,4-6).

4. Podemos interrogarnos sobre cuál sería la manera en que actúa en aquellos que no lo conocen. Acertadamente alguien ha notado que, así como Cristo cuando estaba en la tierra sobre algunos actuaba por contacto y con otros en cambio lo hacía a la distancia, de la misma manera sigue haciéndolo también hoy.
Actuaba por contacto sobre aquellos que se le acercaban, sobre aquellos que podían tocarlo.
Aun hoy sigue actuando por contacto con los que se acercan a los sacramentos, de los que Santo Tomás dice que son como “las reliquias de Cristo”.

5. Con otros actuaba a la distancia como hizo con el siervo del centurión.
Cuando el Señor quiso ir hacia su casa, éste le dijo: “no soy digno de que entres en mi casa” y como cuando el funcionario del rey le dijo: El funcionario le respondió: «Señor, baja antes que mi hijo se muera». «Vuelve a tu casa, tu hijo vive», le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora se había sentido mejor. «Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre», le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y entonces creyó él y toda su familia. Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea (Jn 4,49-53).
De la misma manera Jesucristo sigue actuando a la distancia sobre una multitud de personas que no lo conocen, pero que él visita en secreto con los rayos de su gracia. Esta gracia de iluminación y de amor los salva.
Ni bien esta gracia es acogida, se entra en comunión latente con Cristo, con la Iglesia

6. Los sacramentos son el camino habitual de la salvación.
Pero con quienes no conocen estos caminos, Dios recorre otros senderos que nosotros no vemos y que por ello se definen como extraordinarios.
En teología siempre se ha enseñado que“gratia non alligatur sacramentis” (la gracia no está ligada a los sacramentos)
Dios posee también otros medios, como por ejemplo se ha visto a propósito del bautismo, porque además del bautismo de agua existe el bautismo de deseo y el bautismo de sangre.
Por lo que Santo Tomás escribe: «no se sigue una incongruencia cuando se establece que cualquiera esté obligado a creer explícitamente una cosa, incluso si esté alimentado en las selvas o entre animales brutos: ya que el hecho de proveer a alguien de las cosas necesarias para la salvación, con tal que no sea impedido por parte de éste, pertenece a la providencia divina. Pues si alguien de tal manera alimentado siguiera la conducción de la razón natural en el apetito del bien y la huida del mal, ha de mantenerse, de modo certísimo, que Dios o bien le revelaría por medio de una inspiración interna las cosas que son necesarias para creer, o bien dispondría para él un predicador de la fe, así como envió a Pedro hasta Cornelio» (Hch X, 20) (De Veritate, 14, 11, ad 1).

7. Por lo tanto todos aquellos que sin estar bautizados acogen secretamente la gracia viviendo de forma recta y honesta pertenecen a Cristo de manera secreta.
Es un modo de pertenecer salvífico.
Mientras pertenecen a Cristo, de la misma forma, como se ha dicho, secretamente también  pertenecen a la Iglesia. En ellos circula la gracia y pueden adueñarse de los méritos de Cristo y de los méritos de todos los santos.
Esta forma secreta de pertenecer no tiene las ventajas de la gracia recibida por contacto.
Sin embargo, cuando es acogida, ipso facto pone en comunión con toda la Iglesia de forma latente y real.

8. A la luz de estos principios el Santo Oficio en una carta dirigida al arzobispo de Boston, el 8 de agosto de 1949 escribe: “El Salvador pues, no solamente predispuso en un precepto que todas las gentes tuviesen que entrar en la Iglesia, sino que además estableció que la Iglesia fuera el medio de salvación sin el cual nadie puede entrar en el reino de la gloria celestial.
En su infinita misericordia Dios quiso que, de estos medios para la salvación solo por divina institución, no ya por intrínseca necesidad, están dispuestos hacia el fin último, en ciertas circunstancias puedan ser obtenidos los efectos necesarios para la salvación también donde sean aplicados con el voto o el deseo. Esto está claramente enunciado en el sacrosanto Concilio de Trento ya sea respecto al sacramento de la regeneración como al sacramento de la penitencia.
De manera semejante, debe decirse lo mismo respecto a la iglesia, puesto que ella es medio general de salvación. Puesto que no siempre se exige, para que alguien obtenga la salvación, que se incorpore efectivamente a la Iglesia como miembro, sino que se requiere por lo menos, que se adhiera a ella con voto y deseo. Sin embargo, este voto no es siempre necesario que sea explícito, sino que cuando el hombre está afectado por una ignorancia invencible, Dios acepta también el voto implícito, así llamado porque se contiene en aquella buena disposición del alma por la que el hombre quiere que su voluntad sea conforme con la voluntad de Dios.
Esta doctrina se corresponde con la enseñanza de la Encíclica Mystici corporis de Pío XII, y distingue nítidamente entre los miembros visibles de la Iglesia y los miembros no visibles de ella, los cuales solo forman parte de ella por su implícito deseo…
En realidad deben considerarse exclusivamente como miembros de la Iglesia, los que recibieron el bautismo y profesando la fe verdadera, ni siquiera por sí mismos se separaron de este cuerpo, ni tampoco por las gravísimas culpas fueron separados por la legítima autoridad.
Hacia el final de la misma carta encíclica, instando a la unidad, con el alma colmada de amor, a los que no pertenecen a la estructura de la Iglesia Católica, recuerda a quienes “aunque por cierto inconsciente deseo y aspiración están ordenados al Cuerpo místico del Redentor”; no los excluye para nada de la salvación eterna, por otro lado afirma que se hallan en un estado por el que no pueden estar seguros de su propia salvación… De momento que están privados de aquellos numerosos dones y ayudas celestiales de los que solamente en la Iglesia Católica es posible gozar.
Con estas prudentes palabras desaprueba ya sea a quienes excluyen de la salvación eterna a los que adhieren a la Iglesia Católica solo con el voto implícito, como a los que falsamente sostienen que para salvarse basta cualquier religión” (DS 3868-3872).

9. Por otro lado hay que recordar que Cristo dijo: “El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará” (Mc 16,16).
No dijo que quien no se bautice se condenará.
La afirmación de Nuestro Senor exhorta a la Iglesia y a los teólogos a explicar las motivaciones de la misma, que es lo que ahora he tratado de hacer.

Deseándote todo bien, te bendigo y te recuerdo en la oración.
Padre Angelo