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Pregunta

Buenos días,

Mi pregunta es: ¿Es posible encontrar la fe después de tantos años sin creer?

Me explico mejor.

Soy una chica de 2 … años y mi familia siempre ha tenido mucha fe. 

Alrededor de los 15 años perdí la fe en Dios, dejé de ir a la iglesia y de creer, tanto porque como adolescente quería «rebelarme» contra las reglas impuestas por mis padres como porque con los años me surgieron muchas dudas.

Aunque no practico, siempre he mantenido la fe en las enseñanzas de la Biblia, como el perdón, la misericordia y el amor hacia los más débiles.

El viernes pasado recibí la terrible noticia de que un compañero mío, del instituto, había fallecido por una enfermedad mientras dormía.

La noticia me sacudió profundamente, pero al mismo tiempo algo hizo clic en mí.

Al día siguiente visité la Basílica de San Pedro y tuve la sensación de encontrar algunas respuestas, la sensación de que esa muerte, así como todos los malos sucesos, formaban sin embargo parte de un «proyecto», no sucedieron por nada.

Por eso le pregunto si es posible redescubrir la fe y cómo moverse para acercarse a la Iglesia.

También le pido si puede recomendarme algunos pasajes de la Biblia que puedan guiarme en este camino.

Gracias por su atención,

Saludos cordiales


Respuesta del sacerdote

Querida amiga,

1. En primer lugar, me disculpo por el gran retraso en responderte. Ha pasado casi un año desde tu correo electrónico.

Espero que, mientras tanto, la voz de Dios se haya escuchado con más fuerza en tu interior.

Tal vez has retomado el Evangelio (¡aquí está el pasaje de la Biblia por el que preguntas!), lo has abierto y has leído palabras que te han dado la respuesta.

2. Jesús habla a través de los Evangelios y da la respuesta.

No se trata sólo de leer una frase o un pasaje.

En ese momento es una Persona la que responde, una Persona en la que se presenta toda la verdad sobre el hombre.

De hecho, Jesús es quien -como Dios- nos creó. Es Él quien nos sostiene en la existencia momento a momento.

Él es quien despierta en nosotros «el querer y el hacer, conforme a su designio de amor.» (Flp 2, 13).

Él es el punto de llegada de nuestra existencia.

Quien se acerca a él pronto comprende que es la luz del mundo, la luz de su vida.

3. Tu historia me ha recordado lo que le ocurrió a una chica judía muy inteligente, que a los trece años dejó de rezar y a los quince se declaró atea. Era Edith Stein.

Ya era profesora de filosofía en la universidad cuando, siendo todavía atea, le sorprendieron dos acontecimientos.

En primer lugar, había ido a visitar una iglesia por motivos artísticos con algunos colegas.

Le llamó la atención una mujer del pueblo que entró, dejó sus bolsas y se arrodilló en oración.

Fue un shock para ella. Nunca había visto a la gente entrar en una iglesia entre semana y arrodillarse para rezar. De hecho, los judíos van a la sinagoga los sábados y después del servicio la sinagoga está cerrada durante toda la semana.

Se había dado cuenta de que incluso entre los protestantes nadie va a la Iglesia durante la semana.

Que en cambio era una iglesia católica.

En resumen, vio a una mujer del pueblo unida a Dios y rezando. Una experiencia que no vivió, que no sintió, de la que se excluyó.

Este fue el primer golpe a su ateísmo.

Se había descubierto pobre. De hecho, empobrecida por ella misma.

3. El segundo acontecimiento que la impactó fue la muerte de uno de sus colegas.

No fue a dar el pésame a su viuda porque no sabía qué decir.

Pero esa misma viuda la buscó para que la ayudara a ordenar los escritos de su marido.

Fue y se sintió conmovida por la serenidad de la mujer.

Para un ateo, la muerte de un ser querido, como la de un marido o una esposa, es como si le aplastara un peso enorme e inexplicable.

La mujer, aunque protestante como su difunto marido, estaba serena en su dolor. Su marido se había ido para alcanzar la meta para la que en la vida presente se había preparado y vivido.

Ella (Edith), en cambio, con su ateísmo y su título de filósofa, no sabía por qué vivía ni se preparaba para alcanzar el objetivo de su vida.

La muerte de esta persona amable y cristiana fue como una llamada que la afectó profundamente.

4. Finalmente llegó el golpe decisivo.

La primera biógrafa de Edith, Sor Teresa Renata, lo cuenta así.

«A raíz de la colaboración en el estudio con Edwig Conrad-Martius y su marido, se formó una íntima amistad entre ellos, hasta el punto de que Edith se acostumbró a pasar más o menos tiempo en la finca de Conrad-Martius en Bergzabern.

También le gustaba hacer trabajos manuales y ayudar a sus amigos en el cultivo del extenso huerto: ¡participar en la recogida de la fruta y en su envasado para la venta era una gran diversión para ella! No rehuyó ningún trabajo: durante el día trabajaba con los brazos y por la noche filosofaba.

Durante una de esas visitas de vacaciones, ambos cónyuges tuvieron que ausentarse de casa durante un breve periodo de tiempo, y antes de marcharse, la señora Conrad-Martius llevó a su amiga a la biblioteca, invitándole a utilizarla libremente: todos los libros estaban a su disposición.

La propia Edith cuenta: «Sin elegir, cogí el primer libro que se me puso a mano: era un gran volumen con el título Vida de Santa Teresa de Ávila, escrito por ella misma. Empecé a leerlo y me quedé tan absorta que no paré hasta llegar al final del libro.

Cuando lo cerré, tuve que confesarme a mí mismo: «¡Esto es la verdad!».

Amanecía en el horizonte, pero Edith no se dio cuenta: Dios se había apoderado de ella, y nunca más la abandonaría».

El episodio tuvo lugar en el verano de 1921, en la tarde del 4 de agosto, día en que se celebró solemnemente el séptimo centenario de la muerte del Santo Padre Domingo.

Sor Teresa Renata vuelve a escribir: «Por la mañana fue al pueblo a comprar dos libros: un catecismo católico y un misalito. Los estudió asiduamente hasta asimilar su contenido a la perfección y sólo entonces acudió por primera vez a una iglesia católica para asistir a la Santa Misa. «Nada me resultaba oscuro», diría más tarde. Gracias a la preparación previa, entendí hasta la más mínima ceremonia».

Te deseo que tú también vivas la misma experiencia y te conviertas en una gran santa como lo fue Edith, proclamada como tal el 11 de octubre de 1998 por Juan Pablo II y venerada en toda la Iglesia.

Te recuerdo al Señor y te bendigo.

Padre Angelo


Traducción Riccardo Mugnaini