Questo articolo è disponibile anche in:
Italiano
Inglés
Español
Cuestión
Querido Padre Ángelo,
Gracias por su compromiso de aclarar las dudas de la gente sobre la fe. Siempre es exhaustivo, se ve que lo que haces lo haces con amor porque le dedicas tiempo. Mi pregunta es sencilla en verdad, pero no he tenido la oportunidad de profundizar en ella con un sacerdote. Me refiero al mandamiento del amor: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». ¿Hasta qué punto regulamos la relación de amor hacia nosotros mismos y hacia los demás en este mundo egoísta? ¿Cómo podemos pensar en nosotros mismos sin olvidar a los demás y pensar en los demás sin olvidarnos de nosotros mismos?
Durante este mes de mayo me acordaré de ti en el rezo del Rosario al que estoy especialmente unido.
Gracias de antemano por su respuesta,
Sara
Respuesta del sacerdote
Querida Sara,
1. La Sagrada Escritura manda amar al prójimo como a uno mismo: «No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.» (Lev 19,18). Jesús también reiteró este precepto: » El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» (Mt 22,39). De este mandamiento los teólogos sacan la conclusión de que el amor a sí mismo debe preceder al amor al prójimo, siendo su análogo o ejemplar supremo. San Agustín escribe: «Aprende primero a amarte a ti mismo… Porque si no sabes amarte a ti mismo, ¿cómo podrás amar verdaderamente a tu prójimo?» (Sermon 368:5). Y Santo Tomás: «El amor con el que uno se ama a sí mismo es la forma y la raíz de la amistad: la amistad que tenemos con los demás consiste en que nos comportamos con ellos como con nosotros mismos» (Suma Teológica, II-II, 25, 4).
2. De este principio se desprenden algunas conclusiones. La primera: nunca es lícito cometer un pecado con el pretexto de ayudar espiritualmente al prójimo. Santo Tomás dice que «nunca hay que resignarse al mal del pecado, que es incompatible con la participación en la bienaventuranza, para liberar al prójimo del pecado» (Suma Teológica, II-II, 26, 4.). Esto no significa que no se deba ayudar al prójimo, ¡por Dios! Pero que siempre y en todo caso es válido lo que dijo San Pablo, es decir, que no hay que hacer el mal por el bien (Rom 3,8).
3. La segunda conclusión: debemos amar el bien espiritual de nuestro prójimo más que nuestro propio bien corporal. En concreto, esto significa que, cuando la salvación eterna de nuestro prójimo lo requiere, estamos obligados a ayudarle incluso a riesgo de nuestra propia vida. Este principio, que es válido para todos, afecta especialmente a los que se ocupan de las almas, porque «el buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10,11).
4. Los teólogos, teniendo en cuenta que pueden producirse conflictos, dicen que el amor al prójimo debe ser ordenado. Se habla, por tanto, del orden de la caridad y se pregunta a quién hay que dar prioridad. Pues bien, no debemos olvidar lo que dice la Sagrada Escritura: «el que no se ocupa de los suyos, sobre todo si conviven con él, ha renegado de su fe y es peor que un infiel.» (1 Tim 5,8). De estas palabras concluye Santo Tomás: «Por tanto, hay que tener mayor caridad con los parientes» (Suma Teológica, II-II, 26, 7, sed contra).
5. La razón por la que los padres deben ser amados en primer lugar es que, después de Dios, son los primeros en darnos la existencia. Sin embargo, los que están casados, puesto que se han convertido en una sola carne con su cónyuge y sus hijos, deben darles prioridad. Luego vienen los padres, hermanos y otros parientes según la necesidad y el grado de afinidad. He aquí, pues, algunos criterios que pueden arrojar luz sobre las cuestiones que me has planteado.
Te deseo todo el bien, te encomiendo al Señor y te bendigo.
Padre Ángelo