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Padre Angelo,

¿De verdad Dios no juzga?

¿Es precisamente así?

Le pregunto porque hace unos años en confesión me dijo esto un sacerdote y porque lo escuché decirlo ayer en el canal… cuando otro sacerdote decía literalmente: «Dios no juzga, convierte».

Afirmar que Dios no juzga me parece reducir a Dios a un notario, indiferente a nuestras acciones, al mal que hacemos o al bien que omitimos.

Y si fuera indiferente a nuestra actuación en consecuencia, sería indiferente a nuestra salvación.

Entre los muchos pasajes bíblicos y magisteriales que en cambio me hacen creer que Dios es un juez justo (no a la manera humana) menciono cuatro (pero hay muchos más): Mateo 25.31-46 (el juicio final), Mateo 13.36-43 (explicación de la parábola de la cizaña), Juan 8,1-11 (Jesús y la adúltera) y al final el Credo Niceno Constantinopolitano (Vendrá a juzgar a vivos y muertos).

Por supuesto, Dios es tanto justicia como misericordia, esencialmente Él es Ser y Amor como enseña el apóstol Juan.

Con sincera cordialidad.

Alessandro

Respuesta del sacerdote

Estimado Alessandro,

1. La expresión «Dios juzga» es muy frecuente en la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

El problema es establecer qué significa «Dios juzga».

2. Además, la Sagrada Escritura afirma que Cristo también juzga. Juzga en el fin del mundo, como se desprende de Mateo 25,31-46.

San Pablo dice que hay que esperar de Cristo «justo juez la corona de justicia» (2 Tim 4, 8).

3. Los discípulos y apóstoles de Cristo también juzgarán.

A Pedro que dice: ”Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?». Jesús le respondió: “Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.». (Mt 19,27-28).

4. ¿Qué significa Dios juzga?

Giorgio Gozzelino, buen teólogo salesiano fallecido prematuramente, dice que el juicio en la Sagrada Escritura aparece como un acontecimiento de gracia porque el juez y el salvador son la misma persona.

Por lo tanto, Dios juzga significa que Dios salva.

Él salva separándose del mal, custodiando a los elegidos en su reino eterno y dejando a su suerte a los que lo han rechazado.

5. Que hay un juicio de condenación y no sólo de salvación se recuerda en particular en el Evangelio de San Juan.

Giorgio Gozzelino escribe: «la acepción dominante de juicio se refiere al lado negativo de la condena.»

El texto más llamativo es el de Jn 3, 17-19: “Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.  El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. 

En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas.”

6. De aquí surge también una nueva realidad: el juicio no es tanto una sentencia divina que viene de fuera cuanto una revelación del secreto de los corazones humanos.

Los que prefieren las tinieblas a la luz porque sus obras son malas ya están condenados, en el sentido de que se han excluido a sí mismos de la economía de la salvación.

¿Son condenados por quién? Por sí mismos, porque prefirieron las tinieblas (infierno) a la luz.

El juicio final no hará más que manifestar públicamente esta distinción hecha ahora mismo en el secreto del corazón.

7. También conviene recordar que en el Nuevo Testamento el anuncio del juicio de Dios es también una invitación a la conversión porque Dios ha fijado un día para juzgar al universo con justicia por medio de Jesucristo, a quien resucitó de entre los muertos.

Este juicio será particularmente duro para varias categorías de personas que no han querido convertirse.

Consideremos, por ejemplo, los siguientes textos: «Piensen, entonces, qué castigo merecerá el que pisoteó al Hijo de Dios, el que profanó la sangre de la Alianza con la cual fue santificado y ultrajó al Espíritu de la gracia. Porque nosotros conocemos a aquel que ha dicho: La venganza me pertenece y yo daré la retribución. Y además: El Señor juzgará a su pueblo.

¡ ¡Verdaderamente es algo terrible caer en las manos del Dios viviente! (Hebreos 10:27-31).

Y también: «Dios condenará a los lujuriosos y a los adúlteros» (Hb 13,4) y todos aquellos que se han negado a creer y se han puesto del lado del mal porque «Dios les envía un poder engañoso que les  incita a creer en la mentira, a fin de que sean condenados todos los que se negaron a creer en la verdad y se complacieron en el mal.” (2 Tes 2, 11-12).

“Envíales una fuerza de seducción” quiere decir que les permite ser seducidos por ellos mismos y cegados.

8. Por tanto, el juicio de Cristo es indudablemente un juicio de salvación, pero al mismo tiempo es también un juicio de condena.

Él mismo mostrará toda la obra hecha para su salvación. También mostrará cómo algunos (discípulos y apóstoles) la han aceptado plenamente, mientras que los pecadores impenitentes la han rechazado obstinadamente.

9. La afirmación del símbolo apostólico debe leerse en este sentido: «Desde allí vendrá a juzgar a vivos y muertos».

El Catecismo de la Iglesia Católica comenta esta afirmación de la siguiente manera: «Siguiendo a los profetas y a Juan Bautista, Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno y el secreto de los corazones. Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios.” (CIC 678).

10. Y: “El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. «Adquirió» este derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado «todo juicio al Hijo» (Jn 5, 22). Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar y para dar la vida que hay en él. Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo; es retribuido según sus obras y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor (CIC 679).

11. En conclusión, debemos esperar que el Señor nos salve en el último día.

Pero podría suceder que el Señor en su juicio manifieste ante todos que esta salvación ha sido rechazada.

12. Por tanto, en su sentido ambivalente, sigue siendo válido aquel juicio del que se habla en los novísimos, es decir, de aquellas realidades últimas de nuestra vida que según el Catecismo son las cuatro siguientes: muerte, juicio, infierno y paraíso.

Con el deseo de que para ti, para mí y para todos nosotros ese juicio sea un juicio de salvación y no de condena, te bendigo, te deseo todo lo mejor y te recuerdo en la oración.

Padre Angelo