Questo articolo è disponibile anche in:
Italiano
Inglés
Español
Querido fray Angelo,
le escribo otra vez para exponerle una cuestión de conciencia, confiando en su habitual y amable ayuda.
Soy un muchacho de 25 años, estudiante universitario.
Después de haber transcurrido la infancia con la bendición de una fe sincera y entusiasta, en la época de la escuela media, como ocurre con muchos, me alejé de la Iglesia. Al cabo de algunos años, pasé por una suerte de ateísmo “moderado” (digo esto porque en las discusiones con mis compañeros de estudios mi yo era quien siempre defendía las razones de la fe, por una suerte de reverencia que siempre tuve hacia lo religioso), luego al agnosticismo, a una especie de deísmo, después a una espiritualidad privada, en relación con un dios cuyas características no estaban bien definidas. En todos esos años, cuando me pedían si era cristiano, contestaba siempre negativamente (recuerdo una conversación con mis parientes en que dije que no creía en la presencia real de Jesús en la Eucaristía), llevaba una vida no conforme con el cristianismo, y no tenía ningún problema en expresar mi distancia con las posturas teológicas y éticas de la Iglesia (por ejemplo, sostenía abiertamete la licitud del aborto)
En el 2015, después de un importante hecho biográfico, me acerqué nuevamente a la fe, con una pasión semejante a la de cuando era pequeño. Desde entonces llevo una vida espiritual plena: voy a misa por lo menos una vez por semana, comulgo, me confieso más o menos una vez por semana, rezo, profundizo la fe, hago servicio de lector en mi parroquia y trato de adherir en todo al Catecismo. En fin, ciertamente tengo una vida de fe imperfecta, a veces tal vez inmadura, pero seguramente (por gracia de Dios) profunda, plena y rica de satisfacciones. Después de algunos años de regreso al rebaño del Señor, supe que la apostasía -de la que siento haberme manchado, puesto que en diferentes ocasiones declaré públicamente mi falta de fe y la disconformidad de mis opiniones respecto a la verdad enseñada por la Iglesia- implica una excomunión latae sententiae. Al principio, cuando supe esto, por varias razones (un poco por descuido, un poco porque sentía que progresaba espiritualmente -y esto no me parecía propio de un excomulgado-, un poco porque un confesor me había tranquilizado al respecto), dejé de lado la cuestión, sintiéndome seguro del hecho de que estaba en comunión con la Iglesia. En estos últimos días, sin embargo, el escrúpulo se ha hecho presente y temo estar excomulgado. La cosa me perturba mucho, porque Dios tiene un papel verdaderamente central en mi vida, tanto que me siento llamado a la vida religiosa (justamente en la Orden de los Predicadores, muy probablemente).
¿Podría aclararme este asunto? ¿Piensa que debo exponer el caso al párroco para que pueda interceder por mí ante el obispo?
Le agradezco por la atención, lo recuerdo en mis oraciones.
Le envío cordiales saludos.
Respuesta del sacerdote
Muy querido,
1. “apostasía es el rechazo total de la fe cristiana” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2089).
Se diferencia de la herejía porque ésta consiste en el rechazo voluntario y pertinaz (obstinado) de algunas verdades de fe. Pero explícitamente no se abandona la fe cristiana.
Esto dice el Código de derecho canónico: “Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos” (can. 751). Esto mismo es retomado por el Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 2089.
2. Evidentemente la apostasía es un pecado más grave que la herejía porque se trata del abandono declarado y deliberado de la fe cristiana.
Pero como para ser hereje no es suficiente decir algo contrario a la doctrina de la iglesia, sino que se requiere obstinación, y por lo consiguiente pertinacia en perseverar en el propio error no obstante los repetidos llamamientos, lo mismo vale para la apostasía.
Tan solo cuando hay obstinación o pertinacia nos hallamos ante un hereje formal, es decir a uno verdaderamente hereje.
3. Uno de los mayores teólogos moralistas, tal vez el mayor, de la primera mitad del siglo XX, el dominico alemán Dominicus Prümmer, en relación a la herejía escribe: “Quien por ignorancia y además gravemente culpable yerra en materia de fe, falta de pertinacia”. Por lo tanto no es considerado hereje por la Iglesia y menos aún apóstata.
4. Ahora bien la mayoría de las personas que abandonan de hecho la práctica y la fe cristiana, lo hace por ligereza y por ignorancia.
Esto es mucho más cierto entre los jóvenes, que tal vez también son estudiosos e inteligentes y aunque se sienten doctos, afirman cosas de las que no son plenamente conscientes.
Las crisis de los adolescentes que tienden a poner todo en tela de juicio, a dejar la práctica religiosa y hasta definirse ateos no son suficientes para decir que una persona ha sido excomulgada por herejía o apostasía.
5. Justamente el sacerdote confesor, cuando te acusaste de tu situación anterior, te aseguró de que no habías caído en la herejía o apostasía.
Sobre este aspecto debes estar tranquilo.
6. No quiero dejar pasar lo que escribiste hacia el final de tu mail cuando dices que te sientes llamado al sacerdocio y muy probablemente en la Orden de los Predicadores, es decir entre los dominicos.
Confieso que quedo impactado cuando leo en diferentes blogs de las provincias de nuestra Orden una afirmación que se reitera casi desde un extremo al otro de la tierra: Dios nos está enviando muchas vocaciones.
Creo que hay un designio providencial en esto: muchos sienten la necesidad de ser consolidados y confirmados en la fe.
Por doquier se difunde el relativismo, desgraciadamente también en el seno de la Iglesia, por lo que los fieles no se sienten confirmados en la fe.
Creo que sea también por esto que Santa Teresa de Ávila, carmelita, afirmó que esta “gloriosa Orden” durará hasta el fin del mundo.
Con mucho gusto te acompaño y constantemente con mi oración para que lo que el Señor ha comenzado en ti lo lleve a cumplimiento.
Te bendigo y deseo todo bien.
Padre Angelo