Questo articolo è disponibile anche in:
Italiano
Inglés
Español
Querido Padre Angelo,
me he decidido a escribirle porque, tras una clase sobre el Catecismo de la Iglesia Católica, relacionada con el misterio de la Cruz de Cristo, me han surgido muchas dudas.
El joven sacerdote que dio la clase, después de una breve exposición sobre la doctrina de la satisfacción de san Anselmo de Aosta, afirmó que esta doctrina deja mucho que desear, porque parece implicar a Dios como un justiciero/económico que exige satisfacción por la desobediencia, mientras que no es así.
A continuación, se expuso de manera extremadamente sintética el pensamiento de Santo Tomás: el sacerdote afirmó que solo con él aparece la categoría de la caridad como fundamento del plan salvífico de Dios. Que, en el fondo, no hay ninguna expiación del pecado en el sentido de purificación y remisión de la deuda, porque la misericordia divina ya habría cubierto esta injusticia. Por lo tanto, la Cruz salva no en el sentido de que lava nuestras culpas, sino en el sentido de que atrae a seguir ese amor y a reintegrarse en la comunión con Dios, perdida con el pecado original. Así, el poder salvífico de la Cruz es, en definitiva, esto: atraerme a la comunión con Dios.
Escuché la lección reconociendo en ella una parte de verdad, pero en mi corazón tengo la sensación de que es solo una pequeña parte, porque me parece que esta visión tiende a reducir a Cristo casi a un hombre solamente, como si no hubiera nada divino y sobrenatural. Si la Cruz fuera solo esto, ¿era realmente necesaria para la salvación?
Me parece que esta visión vacía de sentido la realidad de la Cruz, ya que parece liberarme del pecado sólo ex post, en la medida en que me atrae a la conversión, y no porque Dios me ama tanto que paga por mí una vez, ex ante, mis culpas, y me da el Espíritu Santo, fuente de la Gracia, con el cual me permite morar en Él y convertirme conformándome a Él.
Dicho de manera muy abierta, me parece una forma de pensar que tiende a olvidarse de la divinidad de Cristo y de la justicia de Dios, muy parecida a la de muchos sacerdotes, que a menudo denigran la teología que surge de la experiencia de los místicos como medieval y errónea.
Le pregunto, en definitiva, si puede ayudarme a aclarar el poder redentor y salvífico de la Cruz de Cristo, y si puede ayudarme a situar en este ámbito las categorías de expiación, satisfacción, redención, mérito, sacrificio, mediación de Cristo e ira de Dios/justicia de Dios.
Le agradezco de corazón por su servicio y por la dedicación con la que lo lleva a cabo. Lo recordaré esta noche en las intercesiones de Vísperas.
Luca
Respuesta del sacerdote
Querido Luca,
1. En primer lugar, es necesario dejar claro que, según la Sagrada Escritura, Jesús quiso llevar a cabo un rescate.
Él mismo lo dijo: “Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mc 10,45).
Rescate: en griego, lytron. Bien, lytron significa precio, costo.
2. Tanto San Pablo como San Pedro subrayan el altísimo valor de la sangre de Cristo. El primero dice: “¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! ¡Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos.!” (1 Cor 6,19-20). San Pedro: “Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto.” (1 Pt 1,18-19). San Pablo recuerda también: “El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores?” (Rm 8,32).
3. San Juan insiste en el gran amor que Dios nos ha manifestado: “En esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. Si alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios?” (1 Jn 3,16-17).
Además, San Juan parece decirnos también de qué manera se lleva a cabo la redención de los hombres recordando ante todo las palabras de Jesús: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida, y ustedes saben que ningún homicida posee la Vida eterna.” (1 Jn 3,14-15). Y: “«y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.” (Jn 12,32-33). Y aún: “Él es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.” (1 Jn 2,2) es más “Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados.” (1 Jn 4,10).
4. La Biblia de Jerusalén subraya el significado del rescate: “Los pecados de los hombres inducen una deuda hacia la justicia divina, la pena de muerte impuesta por la ley. Para liberarlos de esta esclavitud del pecado y de la muerte, Jesús pagará el rescate y cancelará la deuda derramando el precio de su sangre, es decir, muriendo en lugar de los culpables, tal como había sido anunciado por el siervo de Yahveh (Is 53)”. San Agustín y Santo Tomás afirman que, a causa de la separación voluntaria de Dios llevada a cabo por el pecado, el hombre debería haber caído en la nada. Se habría autoaniquilado, de la misma manera que un rayo de luz que quiere separarse de su fuente luminosa se autocondena a ser extinguida. “Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo –¡ustedes han sido salvados gratuitamente! –” (Ef 2,4-5). Cristo quiso pagar en lugar nuestro. De aquí el concepto de satisfacción vicaria cumplido por Jesucristo.
5. Estos son los datos ofrecidos por la Sagrada Escritura, independientemente de las motivaciones quizás discutibles de San Anselmo.
No se puede, por lo tanto, ridiculizar sobre la sangre derramada por Cristo en rescate por muchos, hablando de Dios como justiciero o sediento de sangre, como dicen algunos. Estas expresiones son blasfemas. Cristo ha pagado el rescate, ha merecido para nosotros la sobrevivencia y la inmortalidad gloriosa.
Dice Santo Tomás: “La liberación del hombre por la pasión de Cristo convino tanto a la misericordia como a la justicia divinas. A la justicia, porque mediante su pasión Cristo satisfizo por los pecados del género humano, y así fue liberado el hombre por la justicia de Cristo. A la misericordia, porque, no pudiendo el hombre satisfacer, de suyo, por el pecado de toda la raza humana, como antes queda probado (q.l a.2 ad 2), Dios le dio a su Hijo como satisfactor, conforme al pasaje de Rom 3, 24-25: Todos han sido justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios ha puesto como instrumento de propiciación por la fe en él. Y esto fue una obra de misericordia mayor que si hubiese perdonado los pecados sin satisfacción.” (Summa Theologica, III, 46, 1, ad 3).
6. También la liturgia de la Iglesia hace clara referencia a la satisfacción vicaria: ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo! Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!” (Exultet en la Vigilia Pascual)
7. Por otra razón era necesaria la pasión de Cristo.
Santo Tomás dice: “Ahora bien, en la liberación del hombre por la pasión de Cristo concurren muchas circunstancias que pertenecen a la salvación del hombre, fuera de la liberación del pecado. Primero, por este medio conoce el hombre lo mucho que Dios le ama, y con esto es invitado a amarle a Él, en lo cual consiste la perfección de la salvación humana. Por lo que dice el Apóstol en Rom 5, 8-9: Dios prueba su amor para con nosotros en que, siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.”.
En segundo lugar, porque Cristo con su pasión nos dio ejemplo de obediencia, humildad, constancia, justicia y todas las demás virtudes indispensables para nuestra salvación. De ahí las palabras de San Pedro: “Cristo sufrió por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigamos sus huellas”.
En tercer lugar, porque Cristo con su pasión no sólo redimió al hombre del pecado, sino que le mereció la gracia justificadora y la gloria de la bienaventuranza, como veremos más adelante.
Cuarto, porque por la pasión surgió en el hombre una necesidad más fuerte de mantenerse inmune al pecado, según la admonición paulina: “han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos.”
Quinto, porque con ella se respetaba mejor la dignidad del hombre: es decir, de tal manera que, así como fue el hombre quien fue engañado por el diablo, así fue el hombre quien lo venció; y así como un hombre había merecido la muerte, así era un hombre que vencía la muerte sufriéndola. De ahí las palabras de san Pablo: “Gracias a Dios que nos ha dado la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”” (Summa theologica, III, 46,3).
8. La Sagrada Escritura, especialmente en el Antiguo Testamento, utiliza el verbo apaciguar.
Dios se apacigua cuando David construye un altar y ofrece holocaustos y ofrendas de paz a Dios (2 Sam 24, 5).
Apaciguar a Dios es sinónimo de rogarle que tenga misericordia de nosotros.
Asimismo, en el salmo leemos: “Procuro de todo corazón que me mires con bondad; ten piedad de mí, conforme a tu promesa.” (Sal 119,58). Apaciguado debe entenderse según la palabra utilizada por la Vulgata: “He suplicado tu rostro” (Deprecatus sum facies tuam).
Asimismo, en Isaías leemos: “Tú dirás en aquel día: Te doy gracias, Señor, porque te habías irritado contra mí, pero se ha apartado tu ira y me has consolado.” (Is 12:1).
Aquí se presenta a Dios con un lenguaje antropomórfico como alguien que está enojado y amenaza vengarse.
En realidad, significa: “Te alabo, Señor, porque estuve en grave peligro, pero tú me mostraste misericordia y me consolaste”.
Incluso en la liturgia de la Iglesia, en diversas oraciones según el texto latino, se encuentra a menudo el verbo placare. Pero siempre tiene el significado de mostrar misericordia.
9. Por tanto, el sacrificio de Cristo no sólo cubrió, sino que expió los pecados y al mismo tiempo mereció la gracia, que es prenda de la vida eterna.
Santo Tomás dice: “Cristo, desde el principio de su concepción, nos mereció la salvación eterna; pero por nuestra parte existían ciertos impedimentos que nos estorbaban conseguir el efecto de los méritos precedentes. Por eso, con el fin de apartar tales impedimentos, fue conveniente que Cristo padeciese, como antes se ha dicho» (Summa theologica, III, 48, 1, ad 2).
Los obstáculos son el pecado, la mancha del alma, la esclavitud del diablo, la esclavitud de los pecados y de las malas inclinaciones.
10. Por último, conviene recordar que Jesús expió amando.
De nuevo Santo Tomás: “Propiamente satisface aquel que muestra al ofendido algo que ama igual o más que aborrece el otro la ofensa. Ahora bien, Cristo, al padecer por caridad y por obediencia, presentó a Dios una ofrenda mayor que la exigida como recompensa por todas las ofensas del género humano.” (Ib., III, 48, 2).
De hecho, en virtud de la caridad “La cabeza y los miembros son como una sola persona mística. Y, por tal motivo, la satisfacción de Cristo pertenece a todos los fieles como miembros suyos. Incluso dos hombres, en cuanto forman una sola cosa por medio de la caridad, son capaces de satisfacer el uno por el otro” (Ib., ad 1).
Y: “La caridad de Cristo, al padecer, fue mayor que la malicia de quienes le crucificaron. Y por eso Cristo pudo satisfacer más con su pasión que lo pudieron ofender, al matarle, los que le crucificaron, en cuanto que la pasión de Cristo fue suficiente y superabundante para satisfacer por los pecados de los que le crucificaron.” (Ib., ad 2 ).
Con la esperanza de que podamos beneficiarnos plenamente de la expiación hecha por Jesucristo en nuestro lugar y de que podamos ser plenamente santificados, te bendigo y te recuerdo en oración.
Padre Angelo