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Buenos días Padre Angelo.
Si bien no soy experto en temas eclesiales, no logro ver un nexo entre la causal entre el pecado y el “fin” de las demás realidades/entidades del cosmos.
No creo tampoco que la muerte física dependa de la culpa, sino que la antecede por un inescrutable designio divino (aquí me estoy alejando de la doctrina, de S. Pablo, para pasar de la tomista de nuestros días).
Si dentro de 5 mil millones de años la Tierra desaparecerá, como ocurrirá también con el Sol antes o después, y hasta la evaporación está prevista para los agujeros negros, eso no depende de la culpa humana.
El conglomerado y la disgregación de la materia son propiedades de nuestro universo.
Pensar que en cambio se deban al pecado de un ser que es la mil billonésima parte del metro del diámetro de nuestro universo (1 E-27), creo que forma parte de una idea aristotélica-ptolemaica de la Creación.
Habría que preguntarse: si el hombre no hubiera pecado, ¿habría muerto lo mismo? Yo pienso que sí. Porque en nuestro universo, por lo tanto en los designios divinos, está contemplado que así deba ser.
Por absurdo, si Jesús no hubiese tenido enemigos, ¿nos lo encontraríamos aquí con más de dos mil años encima? O María, ¿acaso murió para no tener más privilegio que el hijo?
Claro que el pecado desarmoniza la relación con la creación, pero no puede afectar más que dentro de ciertos límites cosas extrañas al ser humano.
La conglomeración y la disgregación de la materia forman parte de este universo. Como cualquier otra cosa, el hombre tiene un final. Un final físico, que no es a causa del pecado.
Para mí es absurdo pensar -es por eso que menciono a Tolomeo- que lo que ha precedido la aparición del ser humano, haya heredado una “corrupción” en virtud de una culpa que todavía no había sido cometida (por ej.: la extinción en masa en el Cretáceo: animales muertos por causa de quien habría aparecido unos sesenta millones de años más tarde?).
De la misma manera, hoy una estrella muere por precisas leyes físicas (así determinado por Dios); tampoco se puede pensar que un erizo o una estrella de mar, organismos que carecen de cerebro, mueran (muerte natural) a causa de la culpa humana.
El ser humano ha sido creado con determinadas características, muerte incluida. De la que tal vez tenemos una idea demasiado negativa, cuando al fin y al cabo constituye una demarcación respecto de una realidad que nos precede, pero que sin la muerte seguimos casi siempre ignorando.
Le agradezco desde ya por su respuesta.
Andrea.
Respuesta del sacerdote
Querido Andrea,
1. en tu mail has expuesto muchos asuntos, algunos de los cuales no han sido expresados correctamente.
Yo me detengo en uno de ellos, la muerte.
Es cierto que el hombre desde el punto de vista natural está sujeto a la muerte.
Como ocurre con todos los animales.
Lo estuvieron también aquellos que vivieron antes de que apareciera el hombre.
Nunca nadie enseñó que los animales que vivieron antes de que apareciera el hombre o estuvieron presentes en el paraíso terrenal fueran por naturaleza inmortales y que murieron en previsión o por la culpa de Adán.
2. El ser inmunes a la muerte para nuestros progenitores (Adán y Eva) no era una cuestión de orden natural.
Se trataba de un don de Dios que encontraba su justificación en el hecho de que el hombre podía comer del árbol de la vida.
El árbol de la vida representaba a Dios que comunicaba a nuestros progenitores su vida sobrenatural.
Por eso la Iglesia enseña que la inmunidad al dolor y a la muerte era un don preternatural, es decir que va más allá del alcance de la naturaleza.
Por su naturaleza, de hecho, el hombre es mortal.
3. El Catecismo de la Iglesia Católica presenta esta doctrina en tres puntos.
En el primero dice: “El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva creación en Cristo”(CIC 374).
Hubo por ende una sobre-elevación que tuvo efectos extraordinarios no solamente sobre el alma, sino también sobre el cuerpo del hombre.
4. Retomamos en el segundo punto, en términos magisteriales lo que arriba se ha expuesto: “La Iglesia, interpretando de manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres Adán y Eva fueron constituidos en un estado «de santidad y de justicia original» (Concilio de Trento: DS 1511). Esta gracia de la santidad original era una «participación de la vida divina» (Con. Ecum. Vat II Lumen gentium 2)(CIC 375).
5. La tercera afirmación muestra las consecuencias de esta participación a la vida divina: “Por la irradiación de esta gracia, todas las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir (cf. Gn 2,17; 3,19) ni sufrir (cf. Gn 3,16). La armonía interior de la persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer (cf. Gn 2,25), y, por último, la armonía entre la primera pareja y toda la creación constituía el estado llamado «justicia original«(CIC 376).
6. El Catecismo de la Iglesia Católica así describe los efectos del pecado original: La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (cf. Gn 3,7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf. Gn 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gn 3,16). La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gn 3,17.19). A causa del hombre, la creación es sometida «a la servidumbre de la corrupción» (Rm 8,21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia (cf. Gn 2,17), se realizará: el hombre «volverá al polvo del que fue formado» (Gn 3,19). La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cf. Rm 5,12) (CIC 400).
7. También en el Apocalipsis se habla del árbol de la vida: “en medio de la plaza de la Ciudad. A ambos lados del río, había árboles de vida que fructificaban doce veces al año, una vez por mes, y sus hojas servían para curar a los pueblos” (Ap 22,2).
Jesús se definió a sí mismo como “el pan de vida” (Gen 6, 48) es el árbol de la vida de cuyos frutos puede alimentarse quien ha recibido el bautismo para nutrirse y conservar la vida inmortal de la gracia.
En el Paraíso este alimento tendrá como efecto la gloria y la inmortalidad también de los cuerpos resucitados.
Te bendigo, te deseo todo bien y te recuerdo en la oración.
Padre Angelo