Questo articolo è disponibile anche in: Italiano Inglés Español Portugués
Alabado sea Jesucristo,
me disculpo por mi dirección de correo electrónico tan poco serio, pero es que soy ilusionista.
Propongo una simple pregunta cuya respuesta sea un sí o un no y luego pido una demostración de ella.
La doctrina según la cual en el Paraíso no hay placeres corporales y que estos placeres por tanto no pueden hallarse ni en la gloria esencial, ni en la gloria accidental ¿es doctrina infalible?
Y cuando digo placeres, entiendo placeres, y no felicidad.
Si es infalible, ¿pueden demostrármelo, y si no es infalible y se puede creer de otra manera, ¿pueden demostrármelo?
Gracias.
Feliz Navidad para ustedes.
Respuesta del sacerdote
Muy querido,
1. la premisa de tu pregunta es errónea y hay que corregirla.
Escribes: “La doctrina según la que en el Paraíso no hayan placeres corporales…”.
¿Quién dijo que en el Paraíso no hay placeres corporales?
2. La doctrina expresada en el Credo afirma que, entre las verdades de fe, creemos en la resurrección de la carne.
Todos resucitarán, como dijo Nuestro Señor: “No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio” (Jn 5, 28-29).
Así como en el infierno se sufre por la pena de la condena (la privación de Dios) y la pena del sentido (el sufrimiento del cuerpo) así análogamente en el paraíso se goza de la felicidad del alma y del bienestar del cuerpo.
3. Santo Tomás se pregunta si para las bienaventuranzas sea necesario “el bienestar del cuerpo”.
Contesta: “la bienaventuranza es el premio de la virtud, por eso se dice en Jn 13,17: «Seréis bienaventurados si hacéis estas cosas». Pero no sólo se promete a los santos como premio la visión de Dios y la delectación, sino también una buena disposición del cuerpo, pues se dice en el último capítulo de Isaías, 14: «Veréis, y se alegrará vuestro corazón, y vuestros huesos reverdecerán como hierba».
Luego se requiere la buena disposición del cuerpo para la bienaventuranza” (Suma teológica, I-II, 4,6, sed contra).
4. Después de haber expuesto las palabras de Porfirio mencionadas por San Agustín: “Para que el alma sea bienaventurada, debe huir de todo cuerpo”(XXII De civ. De) Santo Tomás replica: “Pero esto es incongruente. Pues no puede ser que la perfección del alma excluya su perfección natural, y para ella es natural unirse al cuerpo. En consecuencia, hay que decir que para la bienaventuranza completamente perfecta se requiere una disposición perfecta del cuerpo, tanto antecedente como consiguientemente” (Suma teológica, I-II, 4,6).
Añade además: “La bienaventuranza, no consiste en el bien corporal como su objeto, pero el bien corporal puede contribuir algo al complemento o perfección de la bienaventuranza” (Ib., ad 1)
“El cuerpo podría impedir esa operación del entendimiento mediante la cual se ve a Dios, aunque no aporte nada a ella” (Ib., ad 2).
5. Después de haber hecho estas consideraciones, es necesario aclarar tres cosas:
La primera: el bienestar del cuerpo puede gozarse directamente solo después de la resurrección de la carne, es decir después del juicio final.
Mientras que el alma permanezca separada del cuerpo no se puede hablar de su bienaventuranza, si no de forma indirecta.
6. La segunda: hay que recordar que después de la resurrección de los muertos nuestro cuerpo entra en la eternidad.
Por lo tanto no se puede experimentar el placer como en la vida presente, en la que hay un antes y un después, y por lo tanto existe un movimiento.
Si es cierta la definición que Aristóteles da de placer, por lo que dice: “Admitamos el supuesto de que el placer es un cierto proceso del alma y un retorno total y sensible a su forma natural de ser” (1 Retórica, 11), el placer que se experimenta en el paraíso no es un movimiento psicológico, sino un retorno total y sensible a su forma natural de ser, un estado de bienestar perfecto.
7. La tercera, como recuerda Santo Tomás: “todas esas promesas corporales que se encuentran en la Sagrada Escritura, hay que entenderlas metafóricamente, puesto que en las Escrituras se suelen designar las cosas espirituales mediante corporales, para que desde las cosas que conocemos, nos elevemos a desear las desconocidas, como dice Gregorio en una homilía. (In Evang., hom., 11). Por ejemplo, mediante la comida y la bebida se da a entender la delectación de la bienaventuranza” (Suma teológica, I-II, 4, 7, ad 1).
Es más: “Estos bienes, que sirven para la vida animal, carecen de valor para la espiritual, en la que consiste la bienaventuranza perfecta. Sin embargo, también habrá en esa bienaventuranza, acumulación de todos los bienes, porque se tendrá cuanto de bueno se encuentra en éstos en la suprema fuente de los bienes” (Ib., ad 3).
Con el deseo de que prosiguiendo el espíritu de las festividades navideñas, todos podamos alcanzar la bienaventuranza perfecta del cuerpo y el espíritu, te bendigo y recuerdo en la oración.
Padre Angelo