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Querido Padre Angelo,
Casualmente he encontrado su respuesta con su bendición. Le doy las gracias; una bendición “regalada” siempre es agradecida.
Aprovecho el placer no en vano y Le invito a leer lo que le dije a mi hija Lina María acerca del mito de Ulises, que en concreto supera a los Dioses, porque “la sed de conocimiento por saber lo que hay después de la muerte” le permite rechazar la inmortalidad propuesta por Calipso, lo que de hecho se niega a los Dioses pues están condenados a “estar por encima de los hombres”, pero al mismo tiempo siempre deben estar pendientes de las cosas terrenales.
(siguen otros pasajes sobre la cuestión).
Respuesta del sacerdote
Querido,
1. algo parecido al mito de Ulises que rechaza la propuesta de la ninfa Calipso de llegar a ser inmortal y que por eso demuestra saber más que los Dioses porque conoce lo que no se les permite conocer a ellos, es decir la muerte, y que por lo tanto su destino es mejor que el de ellos que están condenados a ser inmortales viviendo una vida aburrida, lo encontramos también en una página muy bonita del papa Benedicto XVI en la encíclica Spes salvi (30 de noviembre de 2007).
2. Benedicto XVI no se inspira en la Odisea, sino en San Ambrosio, el gran obispo de Milán y doctor de la Iglesia.
He aquí lo que el Papa Ratzinger escribe: “Seguir viviendo para siempre –sin fin– parece más una condena que un don. Ciertamente, se querría aplazar la muerte lo más posible. Pero vivir siempre, sin un término, sólo sería a fin de cuentas aburrido y al final insoportable. Esto es lo que dice precisamente, por ejemplo, el Padre de la Iglesia Ambrosio en el sermón fúnebre por su hermano difunto Sátiro: «Es verdad que la muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella; Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como un remedio […]. En efecto, la vida del hombre, condenada por culpa del pecado a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima: era necesario dar un fin a estos males, de modo que la muerte restituyera lo que la vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia». Y Ambrosio ya había dicho poco antes: «No debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación…»”(Ibid, II, 46)” (SS 10).
3. Sigue Benedicto XVI: “Sea lo que fuere lo que san Ambrosio quiso decir exactamente con estas palabras, es cierto que la eliminación de la muerte, como también su aplazamiento casi ilimitado, pondría a la tierra y a la humanidad en una condición imposible y no comportaría beneficio alguno para el individuo mismo. Obviamente, hay una contradicción en nuestra actitud, que hace referencia a un contraste interior de nuestra propia existencia. Por un lado, no queremos morir; los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos. Por otro lado, sin embargo, tampoco deseamos seguir existiendo ilimitadamente, y tampoco la tierra ha sido creada con esta perspectiva. Entonces, ¿qué es realmente lo que queremos? Esta paradoja de nuestra propia actitud suscita una pregunta más profunda: ¿qué es realmente la « vida »? Y ¿qué significa verdaderamente « eternidad »?” (SS 11).
4. A quien propuso la esperanza del hombre en el progreso científico y en los recursos de la técnica, como en su época Ernst Bloch dijo, Benedicto XVI contesta: “No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de « redención » que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: « Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro » (Rm 8,38-39). Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces –sólo entonces– el hombre es « redimido », suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de entender cuando decimos que Jesucristo nos ha « redimido ». Por medio de Él estamos seguros de Dios, de un Dios que no es una lejana « causa primera » del mundo, porque su Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: « Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí » (Gal 2,20)” (SS 26).
5. Y concluye: “La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces « vivimos »” (SS 27).
6. Eso es lo que Ulises no conocía y eso es lo que muchos hombres de nuestro tiempo no conocen. Solamente la comunión con Dios, solamente la comunión con Jesucristo llena el corazón del hombre. No es una comunión solipsista entre nosotros y Dios, entre nosotros y Jesucristo, sino entre nosotros y Cristo “el cual se dio a sí mismo en rescate por todos” (cfr 1 Timoteo 2,6; Reina-Valera 1960). Por lo tanto en Él encontramos la comunión con todo el mundo.
Deseándote que esta plenitud de vida comience ya desde aquí y vea su plenitud en la vida eterna, te bendigo y te recuerdo en la oración.
Padre Angelo