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Paz Padre,

te agradezco el cuidado que me dedicas.

Sé que celebraste la fiesta de los santos dominicos.

En relación con los santos, ¿cómo podemos sufrir por las almas para llevarlas a la salvación? No soy santo… Mis palabras a veces no son las más santas (no blasfemo, amo a Dios).

¿Podría saber cómo conciliar mi vida escolar con mi vida espiritual, en particular con el objetivo de ver crecer la semilla de la fe en mis tres amigos principales (dos en realidad, con el tercero ya no tengo la oportunidad de hablar con ellos debido a algunas situaciones)?

¿Cómo puedo hacer que mis oraciones sean más efectivas? ¿Cómo puedo hacer que mi vida de oración sea más activa? Deseo una relación con Cristo que no sea una relación de “siervo” y “amo” coloquial y desapegado (aunque reconozco que es importante reconocerlo porque sin él no somos nada), sino en consecuencia “padre” e “hijo” o “amante” y “amante”.

Recientemente vi algunas películas sobre la vida de santos como Padre Pío, Verónica Giuliani y los tres hijos de las apariciones marianas en Fátima, pero también Ignacio de Loyola.

Al ver estos se puede ver cómo sus vidas están completamente dedicadas a Cristo y a través de esto pudieron establecer una relación más viva con Cristo que un laico normal no puede lograr porque no tiene las mismas posibilidades en cuanto a tiempo y estrés para orar y pasar tiempo con Dios y comprender su importancia.

Te agradezco de antemano tu paciencia y tiempo.

Martin

Respuesta del sacerdote

Querido Martin,

1. Inmediatamente señalo que no es el sufrimiento en cuanto tal lo que salva.

Salvar significa unirse con Dios.

Lo que une a Dios es la caridad, el amor sobrenatural hacia todos.

La caridad, en cuanto amor, o, mejor dicho, amor sobrenatural, es un vínculo.

San Agustín decía que el amor es una fuerza que une (vis unitiva).

Por eso tiene la capacidad de unirse con Dios.

2. El sufrimiento tiene valor salvífico cuando expresa un amor mayor.

Junto a la cruz de Jesús también estaban dos malhechores.

Ambos sufrían, aunque no estaban clavados en la cruz como Jesús, sino sólo atados.

Uno sufría en expiación por sus pecados. Fue un sufrimiento salvador.

El otro, en cambio, sufrió mucho porque, incluso en el sufrimiento y al borde de la muerte, todavía tenía fuerzas para burlarse de Jesús y blasfemar..

3. El que padecía en expiación de sus propios pecados estaba al mismo tiempo animado por la caridad y exhortaba al otro malhechor al arrepentimiento.

Él le decía: “¿No tienes temor de Dios, tú que estás condenado al mismo castigo?

Nosotros, con razón, porque recibimos lo que merecemos por nuestras acciones; pero él no ha hecho nada malo» (Lc 23,40-41).

4. El sufrimiento sólo es salvador cuando libera amor.

Me alegro de que el Señor te haya inspirado a tener un amor aún mayor por estos amigos tuyos, a quienes quieres dar no cualquier bien, sino el mayor de los bienes: la comunión con Dios.

5. ¿Qué hacer concretamente?

Te traigo el testimonio de Santa Teresa del Niño Jesús, quien falleció a los 24 años.

En La Historia de un alma se dirige a Jesús con estas palabras: “No tengo otro medio para demostrarte mi amor que tirarte flores, es decir, no dejar escapar ningún pequeño sacrificio, ninguna preocupación, ninguna palabra, y aprovecharte de todas las pequeñas cosas, y hacerlo por amor…

Quiero sufrir por amor, y hasta gozar por amor. Así arrojaré flores delante de tu trono. No encontraré ni una sola en mi camino que no deshoje para ti. Y además, al arrojar mis flores, cantaré (¿puede alguien llorar mientras realiza una acción tan alegre?), cantaré aun cuando tenga que coger las flores entre las espinas, y tanto más melodioso será mi canto, cuanto más largas y punzantes sean las espinas.

¿Y de qué te servirán Jesús, mis flores y mis cantos…? Sí, lo sé muy bien: esa lluvia perfumada, esos pétalos frágiles y sin valor alguno, esos cánticos de amor del más pequeño de los corazones te fascinarán.

Sí, esas naderías te gustarán y harán sonreír a la Iglesia triunfante, que recogerá mis flores deshojadas por amor y las pasará por tus divinas manos, Jesús. Y luego esa Iglesia del cielo, queriendo jugar con su hijito, arrojará también ella esas flores -que habrán adquirido a tu toque divino un valor infinito- arrojará esas flores sobre la Iglesia sufriente para apagar sus llamas, y las arrojará también sobre la Iglesia militante para hacerla alcanzar la victoria… (Historia de un alma, 258).

6. No te falte tampoco a ti ninguna flor para recogerla y presentarla a los habitantes del paraíso para que, enriquecidos con sus méritos, la ofrezcan a Nuestro Señor y combinada con su sacrificio adquiera un valor infinito y eterno.

Y así, divinamente enriquecidos, que llueva sobre las almas del Purgatorio (la Iglesia sufriente) para extinguir su castigo y luego sobre la Iglesia peregrina en la tierra (la Iglesia militante) para hacerle alcanzar muchas victorias, muchas conversiones.

7. Me alegro de que el Señor te haya inspirado estos deseos y de que te haya hecho añorar una vida menos distraída y más unida a Él para hacer el bien a toda la humanidad.

Santa Teresa del Niño Jesús, pensando en lo que hacía en su vida presente y en lo que seguiría haciendo en el cielo, salió con esta hermosa expresión: “Pasaré mi cielo haciendo el bien en la tierra” (Novissima verba).

Lo deseo para ti también con todo mi corazón.

Y por esto te bendigo y te recuerdo en la oración.

Padre Angelo