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Buenos días Padre Angelo,

quería hacerle una pregunta sobre una reflexión que leí.

En esta se dice que Jesús, a través del Espíritu Santo, puede manifestarse al mundo en cada uno de nosotros con diferentes carismas. De hecho, si vivimos en estado de gracia y ponemos en práctica sus enseñanzas, el mundo verá a Cristo pasar por las calles de nuestras ciudades modernas, vestido como todos, trabajando en oficinas, en escuelas, en los más variados ambientes entre todos; trayendo amor, paz, misericordia, perdón, coraje….

Sin embargo, de la misma manera podemos decidir complacer nuestras malas inclinaciones y, en los casos más graves, dejar entrar en nosotros espíritus impuros. La persona se manifestará en casos ordinarios: calumnia, odio, división, rencor, fornicación, adulterio, idolatría…

Sin embargo, me pregunto cuando una persona vive en estado de gracia, pero por debilidad y con plena conciencia comete pecados veniales (arrebatos de ira, actos de egoísmo, vanidad, apego a los bienes materiales, pereza…), complaciéndose sólo en parte y no de grave manera en a las tentaciones que sufre o las inclinaciones al mal, ¿bajo qué espíritu actúa en ese momento? ¿Quizás el propio?

¿Cómo no cometer pecados veniales cuando por naturaleza somos criaturas, a imagen de Dios, ayudadas por su gracia, pero imperfectas, con límites (físicos, psicológicos, humanos…)?

Gracias.

Respuesta del sacerdote

Muy caro,

1. Santo Tomás escribe: “Dios es el principio universal de todos los movimientos del hombre; mas que la voluntad humana se determine a un designio malo, esto, a la verdad, es cuestión de la voluntad; y del diablo (sólo) como persuasor o presentador de lo apetecible.” (Summa theologica, I-II, 80,1, ad 3).

2. Afirma también que “Mas (el diablo) no es causa de todos los pecados de modo que los sugiera todos. Orígenes lo demuestra por el hecho de que, aunque el diablo no existiese, los hombres tendrían el apetito del alimento, de lo sexual y cosas semejantes, el cual podría ser desordenado si la razón no lo ordenase, lo cual depende del libre albedrío. “(ib., 80,4).

3. Sólo queda, pues, afirmar que en los pecados veniales la iniciativa es nuestra, aunque el diablo pueda intervenir solicitándolo.

Por esto, dice Santo Tomás, “de este lado queda que la causa del pecado no puede ser el diablo, sino la propia voluntad sola.” (Ib., 80,2).

Y: “El diablo es causa del pecado no de manera directa y eficaz, sino sólo como persuasor o presentador de lo apetecible” (Ib.).

4. Respecto al pecado venial, te preguntas si el hombre necesariamente cae en él.

Santo Tomás afirma que el hombre antes del pecado original “en el estado de naturaleza intacta, incluso sin la gracia habitual, no podía evitar el pecado tanto mortal como venial” (Summa theologica, I-II, 109, 8).

5. En cambio, después del pecado original, “en el estado de naturaleza corrupta, para poder abstenerse totalmente del pecado, el hombre necesita la gracia habitual que sane la naturaleza.

Y esta curación se produce en esta vida primero en la mente, mientras que la inclinación de la carne aún no está completamente curada. Por eso San Pablo habla así en nombre del hombre redimido: “Por tanto, con mi mente sirvo a la ley de Dios, pero con mi carne sirvo a la ley del pecado” (Rom 7,25).

6. En este estado el hombre puede abstenerse del pecado mortal, que se produce en la razón, pero no puede abstenerse de todo pecado venial debido a la corrupción de las inclinaciones inferiores de la sensualidad, cuyos movimientos la razón puede reprimir individualmente sin poder por ello reprimir todas ellas globalmente: porque mientras intentas resistir a una, tal vez surja otra; y también porque la razón no siempre está dispuesta a evitar estos movimientos” (Ib.).

7. Por tanto, en el estado actual, después del pecado original, sin la gracia el hombre no puede evitar todos los pecados mortales.

Sin embargo, con gracia puede evitarlos a todos.

Mientras que, aunque enriquecido por la gracia santificante, no puede evitar todos los pecados veniales, a excepción de la Santísima Virgen María por la plenitud de gracia de la que gozó desde el primer momento de su existencia y de algún modo también de los que fueron confirmados en gracia, como San José, San Juan Bautista y los Apóstoles después de Pentecostés.

Con la esperanza de que te beneficies de la confirmación en la gracia, te bendigo y te recuerdo en la oración.

Padre Angelo