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Pregunta
Buenas noches, Padre Angelo y Felices Pascuas, aunque sea temprano… el deseo es válido.
Quería preguntar esto.
¿Puede decirme cómo algunos Santos, pienso en Santa Teresa del Niño Jesús, u otros que usted me indicará…. cómo se preparaban para la Sagrada Comunión en la Eucaristía y qué meditaban interiormente en los pocos minutos posteriores con el Cuerpo y la Sangre de Cristo presentes en ellos?
Gracias de todo corazón.
Le saludo con gran alegría al saber que usted, en el sitio (y fuera de él) ayuda a mucha gente.
Gracias, Señor de todo corazón.
Esteban
Respuesta
Querido Esteban,
Te traigo tres testimonios: el de Santa Teresita, el de Santa Catalina de Siena y el de Santa Faustina Kowalska.
1. Santa Teresita, en la Historia de un alma, al describir cómo se preparó para su Primera Comunión, parece decirnos cómo siempre se preparaba para el encuentro con Jesús. He aquí lo que hizo en los tres meses anteriores a la Primera Comunión: «Cada día hacía un gran número de ‘prácticas’, que eran otras tantas flores. Decía también un número todavía mayor de jaculatorias que tú me habías escrito para cada día en el librito, y esos actos de amor eran los capullos de las flores… (Historia de un alma, 102):
Esas prácticas encerraban tantos actos de amor y ella aprovechaba cualquier ocasión para llevarlos al Señor, para no ir a Él con las manos vacías, mientras Él venía con las manos llenas. No es que Jesús necesite nuestros actos de amor. Pero esos mismos actos sirven para abrir nuestros corazones para recibir las muchas gracias que el Señor quiere derramar en ellos.
Al mismo tiempo, santa Teresita realizaba actos particulares de virtud, aconsejada por su hermana que había entrado en el monasterio. Asimismo, muchas aspiraciones surgieron de su corazón en forma de jaculatorias, también preparadas por su hermana.
2. En cuanto a la acción de gracias, aparte de lo ocurrido el día de su Primera Comunión, cuando sintió que su corazón se fundía con el del Señor y sintió que en ese momento la pequeña Teresa había desaparecido y sólo quedaba el Señor, muchas otras veces sintió una gran aridez por haber pedido al Señor que diera a otros (pecadores, sacerdotes) los consuelos que Él hubiera querido darle a ella.
Escribe: «No puedo decir que haya recibido a menudo consuelos durante mis acciones de gracias, tal vez sea el momento en que menos tengo. Pero esto me parece natural porque me he ofrecido a Jesús como quien desea recibir su visita no para su propio consuelo, sino para complacer a Aquel que se entrega a mí. Imagino mi alma como un terreno baldío, y ruego a la Santísima Virgen que limpie los escombros que pudieran impedirle ser libre, luego le ruego que levante ella misma una vasta tienda, digna del Cielo para adornarla con sus ornamentos, e invito a todos los Santos y Ángeles a que vengan y hagan un magnífico concierto.
Me parece, cuando Jesús desciende a mi corazón, que Él se alegra de ser recibido tan bien, y yo también me alegro. Esto no impide que las distracciones y el sueño vengan a visitarme, pero, saliendo de la acción de gracias y viendo que lo he hecho tan mal, me propongo pasar el resto del día en acción de gracias» (Historia de un alma, 225).
3. Así se preparaba Santa Catalina de Siena.
El beato Raimundo de Capua nos lo cuenta en la biografía de santa Catalina que él mismo escribió y a la que dio el título de Legenda Maior.
Una noche antes de la fiesta de San Alexis (17 de julio) «mientras Catalina rezaba y en la oración estaba inflamada por el deseo de la Santa Comunión, le fue revelado que con certeza por la mañana haría la Santa Comunión; y esto, porque a menudo y de buena gana se le negaba por la poca discreción de los hermanos y hermanas, que en aquel tiempo estaban a cargo de esa fraternidad. Recibida esta revelación, comenzó inmediatamente a suplicar al Señor que se dignase purificar su alma y disponerla para recibir dignamente tan venerable Sacramento. Mientras rezaba y pedía con mayor insistencia, sintió que una lluvia abundante se derramaba sobre su alma como un río, pero no era agua ni ningún otro líquido común: era sangre mezclada con fuego. A través de esta lluvia sintió su alma purificada con tal vehemencia, que su cuerpo también experimentó la misma sensación, y se sintió purificada no de la inmundicia, sino de la corrupción del fomite» (Legenda maior 188). Catalina, por tanto, se preparó para la Comunión pidiendo al Señor que purificara su alma con tanto fuego como para eliminar en ella no sólo toda mancha, sino incluso la inclinación al mal. Esa inclinación que los teólogos llaman el fómite de la concupiscencia.
4. Y esto es lo que ocurrió en la Comunión y en el momento inmediatamente posterior. «Nunca se acercaba al sagrado altar sin que se le mostraran muchas cosas por encima de sus sentidos, y especialmente entonces cuando recibía la Sagrada Comunión. A menudo veía escondido en las manos del sacerdote a un niño, a veces a un muchacho algo mayor, a veces veía un horno de fuego ardiente en el que le parecía que el sacerdote entraba en el mismo momento en que consumía las Sagradas Especies.
Cuando recibía el veneradísimo Sacramento, sucedía a menudo que sentía un olor grande y tan dulce, que casi se desmayaba. Viendo o recibiendo el Sacramento del altar, se generaba siempre en su alma una nueva e indecible alegría, tanto que su corazón saltaba dentro de su pecho de gozo, produciendo un ruido tan fuerte, que hasta sus compañeras que estaban cerca de ella lo pudieran oír, y que, habiéndolo notado una y otra vez, lo comunicaron a su confesor, fray Tomás. Hizo una cuidadosa investigación y, al comprobar que era cierto, lo dejó por escrito para eterno recuerdo. Aquel ruido ni siquiera se parecía al gorgoteo que se produce naturalmente en las entrañas del hombre, sino que era un ruido que no tenía nada de natural» (Legenda Maior 181).
5. He aquí, pues, lo que pidió al Señor y cómo su oración tuvo efecto inmediato para las personas por las que oró. «El mismo año, el 18 de agosto, el poder del Señor se manifestó de nuevo sobre ella, al comulgar por la mañana (…). Habiendo comulgado, le pareció que su alma entraba en el Señor, y el Señor en ella, como el pez entra en el agua y el agua lo rodea; y se sintió tan absorta en Dios, que apenas pudo volver a su celda, adonde llegó, se arrojó en la yacija de madera, que ella misma había hecho, y allí permaneció algún tiempo como muerta. Más tarde su cuerpo se elevó y permaneció en el aire así sin apoyo, como afirman haber visto los tres testigos que nombraremos. Finalmente descendió de nuevo sobre la yacija. Por fin descendió a la camita, y comenzó a decir en voz baja palabras de vida más dulces que la miel, y tan sabias, que hicieron llorar a todos los compañeros que la oyeron.
Luego se puso a rezar por todos y por algunos en particular, y especialmente por su confesor el cual se encontraba en ese momento en la iglesia de los frailes, sin pensar en nada que le invitara al recogimiento; de hecho, como él mismo escribe, estaba todo, menos dispuesto a la oración. Mientras la virgen oraba por él, se encontró en un instante con sus pensamientos vueltos hacia las cosas santas, y sintió como nunca una gran necesidad de orar, y dentro de su corazón una indefinible novedad. Asombrado, se preguntaba ansiosamente de dónde procedía tal gracia. Todavía sumido en sus pensamientos cuando, por casualidad, se encontró con una de las compañeras de la santa virgen, que le dijo: «Padre, le aseguro que, a estas horas, Catalina rezaba mucho por usted». Por la coincidencia de la hora, comprendió inmediatamente el origen de la súbita iluminación que había tenido» (Legenda maior 192). «Interrogado más extensamente, se enteró de que la virgen, mientras rezaba por él y por otros pidió al Señor que les diera la vida eterna…».
El confesor fue entonces a verla y le preguntó cómo había tenido lugar la visión, y ella, constreñida por la obediencia, después de relatar lo que ya sabemos, añadió: «Pedía insistentemente la vida eterna para ti y para los demás, por quienes rezaba, y el Señor me la prometía, cuando, no por incredulidad, sino para tener pruebas ciertas, le dije: ‘¿Qué señal me das, Señor, de que harás lo que dices? Extendí la mano, y sacó un clavo, me lo puso en medio de la palma y me la apretó tan fuerte contra el clavo que me pareció que me la habían atravesado, y sentí tanto dolor como si me la hubieran atravesado con un clavo de hierro clavado a martillazos. Así, por la gracia de mi Señor Jesucristo, tengo ya sus estigmas en la mano derecha, que, aunque invisibles para los demás, los siento, sin embargo, y me producen continuo dolor» (Legenda maior 193).
6. Catalina dice también que, habiendo comulgado, antes de que cese la presencia sacramental del Señor en nosotros, el Señor mismo imprime su sello en el alma, conformándola aún más a Él.
7. Llegamos ahora a Santa Faustina Kowalska. En un relato describe cómo se preparó y cómo estuvo con Él después de recibirlo en su corazón.
He aquí lo que escribió el 10.1.1938: «El momento más solemne de mi vida es cuando recibo la Sagrada Comunión. Por cada Santa Comunión siento un gran deseo y por cada Santa Comunión doy gracias a la Santísima Trinidad. Los ángeles, si pudieran sentir envidia, nos envidiarían dos cosas: la primera, el hecho de que podamos comulgar; la segunda, el sufrimiento. Hoy me preparo para Tu venida, como una prometida que espera la llegada del Esposo. Mi prometido es un gran Señor. Los cielos no pueden contenerlo. Los Serafines, que están junto a Él, velan sus rostros y repiten sin cesar: Santo, Santo. Este gran Señor es mi Esposo. Por Él cantan los Coros, ante Él se postran los Tronos, ante Su esplendor parece apagarse el sol, y sin embargo, este gran Señor es mi Esposo. Oh corazón mío, sal de este profundo asombro para considerar cómo le adoran los demás, ya no hay tiempo, Él viene, ya está a tu puerta. Acudo a Él y le invito a la morada de mi corazón, humillándome profundamente ante Su Majestad. Pero el Señor me levanta del polvo y como a una novia me invita a sentarme a su lado y a confiarle todo lo que hay en mi corazón. Y yo, animada por su bondad, inclino mi cabeza sobre su pecho y le hablo de todo.
Primero le hablo de lo que nunca le diría a ninguna criatura. Luego hablo de las necesidades de la Iglesia, de las almas de los pobres pecadores, de los necesitados de Tu [¡sic!] Misericordia. Pero el tiempo pasa rápido. Jesús, debo salir a cumplir con los deberes que me esperan. Jesús me dice que todavía hay un momento para decir adiós. Nos miramos profundamente y por un momento parece que nos separamos, aunque en realidad nunca nos separamos. Nuestros corazones están continuamente unidos; aunque fuera me veo envuelta en diversos compromisos, la presencia de Jesús me mantiene ininterrumpidamente en un profundo recogimiento».
El deseo más hermoso que podemos hacernos es que, al menos de lejos, nos parezcamos a estos santos.
Te prometo de corazón y te aseguro que te encomendaré especialmente en la Misa que voy a celebrar para que también tú, como el Beato Raimundo, sientas algo parecido a cuando Santa Catalina rezó por él durante la Comunión.
Te deseo lo mejor y te bendigo.
Padre Ángelo