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Cuestión
Buenos días Padre Ángelo,
Soy una chica de 19 años, nacida en una familia católica y crecida según estos valores. De niña para mí era importante ir a misa, recitar oraciones, creía mucho en Dios. Con el paso de los años y sobre todo en la etapa de la adolescencia comencé a alejarme cada vez más de la fe hasta el punto de considerarme casi una «atea». Creo que mi vida, sobre todo ahora, está especialmente vacía, me siento muy pecadora, parece que me he alejado de los valores familiares, de los afectos de mis seres queridos, ya no creo en ningún tipo de amor o afecto, sólo veo el mal en las personas. He llegado a la conclusión de que el mal lo es todo en mi vida, no hay una sola cosa que sea buena para mí. Hasta no hace mucho era brillante incluso en el colegio, ahora estoy en la universidad y no puedo ni concentrarme. Creo que estoy bajo la influencia del diablo, creo que he llegado al punto en que la apariencia importa más que la sustancia, tal vez esto también es un efecto de la sociedad en la que vivimos. Creo que soy hermosa por fuera y vacía por dentro, como una muñeca de porcelana. En los últimos meses he pecado mucho, y creo que he llegado a un límite. Ha habido muchas cosas negativas que me han cambiado, ¿crees que es posible que todo lo que me ha pasado pueda estar relacionado con el hecho de haberme alejado de Dios? He pecado porque muchas veces pensé que no podría hacerlo, pensé que tal vez sería mejor dejar de vivir y deseé que eso sucediera. Me siento culpable porque hay personas que luchan cada día contra males mayores que el mío y siguen encontrando la fuerza para desear estar en este mundo, mientras que yo me siento apagada, como si mi presencia en esta vida terrenal no contara para nada. Me he perdido, soy otra persona, y la persona en la que me he convertido no me gusta y me crea una fuerte crisis interior. ¿Cómo es posible acercarse de nuevo a Dios? Lo intenté, pero no lo conseguí, o tal vez no me esforcé lo suficiente.
Gracias, un abrazo
N.
Respuesta del sacerdote
Querida,
1. Me dices que desde la adolescencia te has vuelto casi atea y que te sientes «muy pecadora». Todo esto no es sin consecuencias en la vida de una persona porque a través del pecado el hombre no daña a Dios, sino a sí mismo. Dios mismo lo dice a través de la Sagrada Escritura: «El que peca se daña a sí mismo» (Sir 19,4). Por eso San Juan Pablo II afirma que el pecado «es un acto suicida» (Reconciliatio et Paenitentia 15).
2. Preguntas si tantas cosas negativas que te han cambiado se deben a que te has alejado de Dios. Pues bien, aunque no es correcto decir «sucedió después de esto, por lo tanto sucedió a causa de esto (post hoc, ergo propter hoc)», sin embargo no podemos olvidar lo que decía San Agustín, que «el pecado es una maldición y que, por consiguiente, la muerte y la mortalidad derivan del pecado» (Contra Faustum, 14,4).
Santo Tomás informa y hace suya esta afirmación (Suma Teológica, III, 46, 4, ad 3).
Se podría decir que el pecado es una cierta maldad que uno se hace a sí mismo.
3. En la parábola del rico y el pobre Lázaro leemos que Abraham, desde el Paraíso, respondió al rico que estaba en el infierno y que pedía ayuda: «Además, entre nosotros y tú se ha abierto un gran abismo» (Lc 16,26). Se puede decir que por el pecado el hombre se aleja de Dios y sin saberlo cava un gran abismo entre él y Dios. Es la gran sensación de vacío interior que siente quien comete un pecado grave o, peor aún, vive sin Dios.
4. Me preguntas qué puedes hacer ahora mismo para acercarte a Dios. La respuesta es sencilla: debes confesarte. ¿Y por qué? Porque en la confesión te encuentras con Jesús que se te presenta como resurrección y vida (Jn 11,25).
5. Necesitas ser resucitado. En la confesión, Cristo también pronuncia sobre ti aquella palabra llena de poder creador que dijo al joven fallecido, hijo único de la viuda de Naín: «Muchacho, te digo que te levantes». (Lucas 7:14). El texto sagrado continúa diciendo: «El muerto se sentó y comenzó a hablar. Y lo devolvió a su madre» (Lc 7,15). Con la confesión te restableces a ti misma y también a tus padres y a todos, que por fin encontrarán a la chica que habían conocido y apreciado.
6. Espero que para tu encuentro con el Señor en la Confesión y para la resurrección que seguirá ocurra lo que leemos en la continuación de ese pasaje del Evangelio: «Todos se llenaron de temor y glorificaron a Dios, diciendo: ‘Ha surgido entre nosotros un gran profeta’, y: ‘Dios ha visitado a su pueblo'» (Lc 7,16). (Lc 7,16).
Te recuerdo en la oración y te bendigo.
Padre Ángelo