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Estimado padre
¿Como está?
Me permito molestarlo para hacerle una pregunta.
Estoy asistiendo a un curso de actualización para profesores de religión (lo cual soy). Se ha dicho que las almas condenadas tienen una mortalidad temporal, es decir que después serán destruidas eternamente, desaparecerán en el abismo. La cuestión me ha turbado mucho porque nunca había escuchado esa idea.
Documentandome, he notado que el concepto de apocatástasis fue condenado desde el V Concilio de Constantinopla.
Así que, aunque Origines en De principiis sostiene “Creemos que la bondad de Dios, a través de la mediación de Cristo, llevará a todas las criaturas al mismo fin” la doctrina católica lo rechaza.
Sin embargo, en Ap. 20:14-15 se habla de un “estanque de fuego” que pareciera dar la razón a Orígenes.
¿Me podría ayudar a entender? Le estaré profundamente agradecido.
También porque los Santos cuentan cosas distintas sobre el infierno… ¿o no?
Lo saludo afectuosamente y le pido su bendición.
Respuesta del sacerdote
Estimado,
1.El estanque de fuego y azufre es el infierno, la segunda muerte es en sentido espiritual, evidentemente.
Así como el mismo San Juan expresa cuando dice que existen pecados que llevan a la muerte (1 Jn 5, 16 – 17), se refiere a la muerte a la vida de gracia, puesto que con el pecado mortal se sigue viviendo físicamente.
2. El Biblista A.Wikenhauser, en su comentario sobre el Apocalipsis escribe: “El nombre de segunda muerte dado al abismo de fuego indica que debe considerarse muerto definitivamente como separado de Dios y de la vida divina únicamente a aquel hombre que cae en dicho abismo.
3. Es cierto que San Pablo en 1 Cor 15, 26 dice que “El último enemigo en ser destruido será la muerte”. Será vencido porque todos resucitarán y resucitarán según las enseñanzas del Señor: “No se maravillen de esto, pues llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán, los que hicieron el bien resucitarán para la vida, y los que hicieron el mal resucitarán para la condenación” (Juan 5, 28 – 29).
4.Sería suficiente recordar lo que dice el Catecismo de la iglesia católica sobre el infierno.
Esto es lo que dice en la exposición del Credo:
IV. El infierno
1033. Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: «Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna en él» (1 Jn 3,15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46).
Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección.
Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra «infierno»
1034. Jesús habla con frecuencia de la «Gehenna» y del «fuego que nunca se apaga» (Mt 5,22-29;etc …) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos severos que «enviará a sus ángeles que recogerán … a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo» (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:» ¡Alejaos de mí malditos al fuego eterno!» (Mt 25, 41).
1035. La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno» (cf. DS 76).
La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
1036. Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamado a la responsabilidad con la que el hombre debe usar su libertad en relación con su destino eterno.
Constituyen al mismo tiempo un llamado apremiante a la conversión: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida, y pocos son los que la encuentran» (Mt 7, 13-14)
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, como nos dice el Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde «habrá llanto y rechinar de dientes» (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 48).
1037. Dios no predestina a nadie a ir al infierno (Concilio de Orange II, DS 397); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que «quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión» (2 P 3, 9): Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (Misal Romano, Canon Romano).
5. Ciertamente, no hay mucho más que decir sobre la actualización (?) que les han presentado. Insistir en lo que el Magisterio de la Iglesia ha condenado repetidamente es una actualización obstinada (pertinaz) del error. Tu sigue siendo fiel a la enseñanza de la Iglesia y al sentido común.
Te encomiendo al Señor y te bendigo.
Padre Angelo.
Traducido por Laura Ustáriz