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Buenas tardes Padre Ángelo,
Me dirijo a usted porque, desde hace tiempo, tengo la necesidad de tener un guía espiritual (y nunca he conseguido encontrarlo). Soy una mujer adulta, de cuarenta años, que siempre ha asistido a la Santa Misa, y frecuentado el Oratorio hasta la escuela media (luego, tras el cambio de cura en mi parroquia, nos alejamos todos un poco), estoy casada y tengo una niña de cinco años.
Desde que me casé sentí la necesidad de acercarme a Jesús y a Dios, probablemente por las dificultades que encontré en la relación con mi suegra (intrusiva) y con mis padres (nunca viví en una familia amorosa, mi madre y mi padre…. probablemente nunca se han separado por mi presencia, pero siempre me ha dolido verlos relacionarse de mala manera y siempre he percibido resentimiento entre ellos), probablemente porque mi matrimonio nunca ha sido «un camino de rosas » (casi diría que mi marido sea un adicto al móvil, bueno e inteligente y los demás siempre un escalón por debajo), probablemente porque no he podido realizar un sueño (ser abogada) … No sé, pero a pesar de que aparentemente no me falta nada: tengo una niña preciosa y sana, tengo un trabajo y sólo por estas cosas debería dar gracias al Cielo, pero sentía que me faltaba algo, así que me dirigí a Él, imponiéndome un comportamiento lo más adecuado posible al Evangelio.
He encontrado muchas dificultades, en algunos aspectos he mejorado, en otros todavía tengo mucho (muchísimo) que trabajar, pero desgraciadamente, a pesar de que me he acercado a Él parece que las cosas van a peor, estoy menos serena, cada vez más nerviosa, siempre a la defensiva, a veces estoy casi aterrorizada y entonces, en vez de tener paciencia, ataco.
Al principio de mi camino fui a una parroquia donde -con bastante frecuencia- hay sacerdotes disponibles para la confesión y me confesaba a menudo, ¡sentía la necesidad de confesarme! Pues bien, uno de estos sacerdotes me dijo que confesaba «los pecados de los demás y no los míos» (pero siempre he leído que, además del pecado, hay que explicar la circunstancia en la que se cometió -por ejemplo, estaba en el trabajo y me dejé llevar y hablé mal de un compañero, oyendo a otros hacerlo-), pues bien, los otros dos a los que me dirigí me hicieron sentir peor, casi sucia.
Hace poco estuve en Roma y quise ir a San Giovanni in Laterano, confesarme, comulgar y subir la Escalera Santa para obtener la indulgencia plenaria (hace poco descubrí que, aunque nos confesemos y volvamos a Dios, nos espera para en el Purgatorio cumplir con nuestro «castigo temporal»: no lo sabía); la subí y recé (ciertamente no lo hice de la mejor manera posible: porque mi marido me estaba esperando), pero espero que Él «apreciara» mi esfuerzo.
Últimamente he reflexionado sobre algunas cosas: si Dios nos perdona, ¿por qué tenemos que cumplir nuestras penas? Hay indulgencias (plenarias o no) y no irás al purgatorio (casi parece un rito penal abreviado); hay que rezar por nuestros muertos, pero luego hay quien te dice que es inútil rezar por los que acaban en el infierno, así que ¿cómo puedo saber si uno de mis difuntos está en el infierno? Casi parece un «procedimiento administrativo» (sigues ciertas reglas y tienes la medida»)
Pensaba, ingenuamente, que la religión fuera una cosa sencilla, que Jesús quería las cosas sencillas y, en cambio, cuanto más me meto en ella, más me encuentro haciendo más y más preguntas y teniendo más y más dudas. O, ¿por qué no estoy serena (¡ojo! ¡No feliz pero sí serena!)? ¿Qué me falta? Un marido cariñoso (¿y cuántas mujeres no tienen un marido cariñoso? y no se quejan), dos padres que se quieren (¿y cuántas vienen de familias separadas?)
Siempre hay un pero en mi vida: ¿rezo? entonces, ¿por qué aumentan las dificultades? ¿Tengo que cumplir con las normas? ¿O es suficiente para Jesús que le amemos y lo sigamos sin poner nos tantos problemas? ¿Tendremos que sufrir incluso después de morir? ¿No acabaremos en el cielo?
Si Dios nos perdona, ¿por qué tenemos que cumplir con nuestras penas? Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas.
Una noche -todavía no estaba casada- tuve un sueño (nunca se lo he contado a nadie); En ese sueño estaba en Jerusalén, en la época de Jesús, quizás era el Domingo de Ramos y Jesús también estaba allí, yo estaba en medio de la multitud y lo miraba (estaba seguro de que no me habría visto), en un momento dado se vuelve hacia mí y me mira, me alejo y me escondo pero Él me encuentra, allá donde iba, me encuentra (lo curioso es que yo huía desesperada -me avergonzaba de mí misma- y Él caminaba tranquilo en cambio…. Sin embargo, Él siempre me alcanzaba; llegué al punto de salir de la ciudad y terminé en medio del desierto, no había manera de esconderme detrás de una pared o de una esquina de una calle, así que me tiré al suelo y escondí mi cara con mis manos, pero Él todavía me alcanzó y entonces encontré el coraje para mirarlo y lo vi sonriéndome…. Me desperté.
Debo decir que no quiero en absoluto decir que soy vidente o algo parecido, ¡ni mucho menos! Sin embargo, cuando pienso en ese sueño, me dan ganas de llorar y me siento amada. Sé que tengo que rezar más, que tengo que ser más paciente, más cariñosa, más amable, más tolerante…. Sé que lo que estoy haciendo no es suficiente pero no puedo, realmente no puedo, lo intento …..
Gracias por su paciencia por leer.
Querida,
1. He leído tu correo electrónico y te digo que me alegro del sueño que has tenido. No tengo ninguna razón para pensar que no viene de Dios, ya que es lúcido y no bizarro, transmite un mensaje y este mensaje corresponde a la verdad del Evangelio y te ha dejado un gran sentido de serenidad y gratitud de corazón. Creo que es una de las gracias o signos más hermosos que el Señor te ha concedido.
2. Me detengo sólo en tres puntos de su correo electrónico. La primera se refiere al sacerdote que te dijo que confesara tus pecados y no los de los demás. Ciertamente, su forma de expresarse puede haberte herido. Lo reconozco. Pero no es necesario relatar todas las circunstancias del pecado. El Magisterio de la Iglesia dice que es necesario acusar las circunstancias que cambian la especie del pecado. Ahora bien, las circunstancias que describió no cambiaron el tipo de pecado, sino que contaron su génesis y la forma en que se llevó a cabo. Mientras que bastaba con decir, por ejemplo, que en el ámbito laboral hay situaciones que a menudo te llevan a caer en la impaciencia, en la murmuración…Con esto lo habías dicho todo.
3. La segunda cosa que me gustaría decir es la siguiente: «Si Dios nos perdona, ¿por qué tenemos que cumplir con nuestras penas? Pues bien, esto no ocurre porque su perdón no sea suficiente, sino porque incluso después de la confesión quedan en nosotros muchas disposiciones básicas que no son santas. Juan Pablo II decía que incluso «después de la absolución queda en el cristiano una zona de sombra, debida a las heridas del pecado, a la imperfección del amor en el arrepentimiento, al debilitamiento de las facultades espirituales, en la que sigue habiendo un foco infeccioso de pecado, que hay que combatir siempre con la mortificación y la penitencia». Tal es el sentido de la satisfacción humilde pero sincera» (Reconciliatio et Paenitentia, 31, III). La expresión «servir a nuestros dolores» no es la más feliz. Pero debemos reconocer que es necesaria una purificación adicional. Incluso al salir del confesionario no somos perfectamente santos.
4. El tercer punto: «¿Tengo que cumplir con las normas? ¿O es suficiente para Jesús que le amemos y le sigamos sin tener grandes problemas? Por supuesto que basta con amar a Jesús, pero de una manera verdadera. El verdadero camino es el que Él mismo nos indicó cuando dijo: » El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; » (Jn 14,21). Y, » El que me ama será fiel a mi palabra» (Jn 14,23). San Juan retoma este concepto en su primera carta cuando escribe: » El que dice: «Yo lo conozco», y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. » (1 Jn 2,4). Y de nuevo: » El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? » (1 Jn 4,20). Por lo tanto, las cosas simples: sí, están bien. Eso sí, siempre que se correspondan con la verdad y no sean meras palabras.
Feliz por tu renovación espiritual, te deseo un progreso creciente en tu vida en Cristo, te encomiendo al Señor y te bendigo.
Padre Ángelo