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Pregunta
Querido Padre Ángel,
muchas gracias por su respuesta a mi última pregunta.
Hace algún tiempo leí acerca de un alemán que, a principios de los años treinta del siglo pasado, demostró su oposición al entonces régimen nazi dominante y a su ideología. En respuesta a la oposición de ese hombre, un miembro del Partido Nazi le dijo algo asì como: “No pierda tiempo oponiéndose a nosotros porque al fin de cuentas nosotros poseemos los corazones y las mentes de sus hijos porque controlamos su educación, el entretenimiento, los medios de comunicación y la propaganda.” Otro ejemplo para reforzar mi punto de vista que quedará claro a medida que continúe leyendo este artículo: el poeta estadounidense Alan Ginsberg dijo una vez en los años quince a los miembros del público conservador estadounidense: “Nos vengaremos a través de sus hijos!” Desde la década de los ‘60 hasta el presente, su amenaza se ha hecho realidad. A la luz de los ejemplos que he citado, mi pregunta es más o menos así: Estoy consciente de que la Iglesia Católica enseña que los niños son dones y bendiciones de Dios, pero ¿realmente vale la pena alentar a los fieles cristianos/católicos a dar a luz niños para exponerlos sin darse cuenta a una cultura materialista, secular y sexualizada, y así sin querer preparar sus almas para el infierno? Se puede argumentar que Dios les dio el “don” del libre albedrío, y por lo tanto no todo está perdido; sin embargo, los niños, como la mayoría de los adultos,
son de tendencia conformista que, conscientemente o no, corren el riesgo de interiorizar los valores de la cultura dominante. Incluso el libre albedrío está sujeto a la influencia y a los límites del entorno social y cultural externo. El hecho es que los santos niños como Domenico Savio y Maria Goretti son, y creo que siempre ha sido así, rarezas extremas; lo mismo puede decirse de las madres cristianas devotas, como santa Mónica, madre de san Agustín de Hipona. Estoy seguro de que ella ha conocido a padres que le contaban cómo trataron de criar a sus hijos como cristianos/católicos, solo para ver que les dieran la espalda a esa educación. Los niños en estos días están expuestos al tipo de tentaciones de las que yo, que crecí en la década de los ‘70, me salvé, como la pornografía en internet. Sono también perplejo por el tema del aborto. Si bien estoy de acuerdo con la posición de la Iglesia con respecto al aborto en principio, a veces me pregunto por qué salvar la vida de los “inocentes” sabiendo que los niños, a medida que crecen, estarán expuestos a una orientación mundana; no recibirán ninguna formación cristiana; estarán sujetos en su juventud a una enorme presión cultural y social para sobresalir en la promiscuidad y aceptar el divorcio, la monogamia en serie, la convivencia y, ahora, el matrimonio entre personas del mismo sexo como formas aceptables de vida. Cuando considero las demandas de una vida cristiana/católica y lo que está en juego si no las cumplo, siento un gran alivio por no ser un cónyuge y un padre que podría verse obligado a hacer compromisos complicados con el mundo para mantener la paz, solo por no tener que dar cuentas ante Dios de lo que he hecho. Para resumir mi pregunta, ¿vale la pena criar hijos solo para verlos, bajo la fuerza de la presión cultural y social, dar la espalda a la fe cristiana/católica en la que fueron criados y soportar la agonía mental sobre su posible destino eterno?
Pedro de Inglaterra
Respuesta del sacerdote
Querido Pedro,
1. hay muchas observaciones válidas en tu reflexión.
Me dices, por ejemplo, que habiendo sido educado en los años ‘70, escapaste de la pornografía que en cambio asola a tantos niños y jóvenes de hoy.
Estoy de acuerdo contigo.
Yo, que soy sacerdote, soy testigo de esta devastación que es una de las primeras razones por las cuales los jóvenes se desinteresan por las cosas de Dios.
Atracción por Dios y pornografía (con todo lo que sigue) “non coutuntur”, por usar una expresión evangélica usada por San Juan para decir que samaritanos y judíos no se llevaban de acuerdo. (cf. Jn 4, 9).
2. Sin embargo, a pesar de todas las buenas razones que has dado, y quizás también se podrían mencionar otras, los cristianos estamos seguros de que el bien es más fuerte que el mal.
En efecto, como dice San Agustín, “Pues Dios omnipotente, …, “universal Señor de todas las cosas”, siendo sumamente bueno, no permitiría en modo alguno que existiese algún mal en sus criaturas si no fuera de tal modo bueno y poderoso que pudiese sacar bien del mismo mal.” (Enchiridion ).
Así – concluye Santo Tomás – “esto pertenece a la infinita bondad de Dios, que puede permitir el mal para sacar de él un bien” (Suma teológica I, 2, 3, ad 1).
Por lo tanto, debemos estar llenos de confianza: de la presente ola de mal, Dios es tan poderoso que producirá frutos de santidad aún mayores.
3. Ciertamente está presente en el mundo lo que en la Sagrada Escritura se llama el “misterio de la iniquidad”.
Este misterio ya está actuando, dice san Pablo (2 Tes 2,7).
Su poder se expresará de manera aún más devastadora “Porque antes tiene que venir la apostasía y manifestarse el hombre impío, el Ser condenado a la perdición, el Adversario, el que se alza con soberbia contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta llegar a instalarse en el Templo de Dios, presentándose como si fuera Dios.” (2 Tes 2, 3-4).
4. San Pablo dice que muchos se perderán: “La venida del Impío será provocada por la acción de Satanás y está acompañada de toda clase de demostraciones de poder, de signos y falsos milagros, y de toda clase de engaños perversos, destinados a los que se pierden por no haber amado la verdad que los podía salvar. Por eso, Dios les envía un poder engañoso que les hace creer en la mentira, a fin de que sean condenados todos los que se negaron a creer en la verdad y se complacieron en el mal.” (2 Tes 2, 9-12).
Se perderán aquellos que se “complacieron en el mal” y eso es por su culpa.
5. Sin embargo, estará siempre activo en la historia y más aún en los últimos tiempos el “mysterium pietatis” (1 Tm 3, 16), que está constituido principalmente por Cristo resucitado que vive y obra con nosotros, que es absolutamente más fuerte que todos los poderes del mal: “Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Jesús nos está siempre cerca con el poder de su palabra: “Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33)
El poder de la pasión de Cristo con el cual venció al demonio actúa siempre.
Así como el poder de su resurrección está siempre en acción.
Cuántas personas, habiéndose distanciado del Señor y caídas en tantos abismos y miserias (ciertos pecados son realmente abismos de miserias que se potencian unos a otros), de repente han sido redimidos por el Señor y se han encontrado con los ojos abiertos y vueltos hacia Él.
Es una historia continua de redención en la que todos estamos llamados a participar activamente.
6. También tú, Pedro, puedes cooperar con Cristo para redimir a un número muy grande de ellos.
En lugar de desaconsejar traer niños al mundo porque los peligros son muchos, y más aún porque los peligros son cada vez mayores, te exhorto a ser como san Pablo, un joven que cada día engendra multitud de hijos para Cristo: “¡Hijos míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores del parto hasta que Cristo sea formado en ustedes!” (Gálatas 4,19).
Dice Pío XII en la encíclica Mystici Corporis Christi: “Misterio verdaderamente tremendo y que jamás se meditará bastante el que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo místico de Jesucristo, dirigidas a este objeto, y de la cooperación que Pastores y fieles ―singularmente los padres y madres de familia― han de ofrecer a nuestro divino Salvador”.
7. Son palabras que hacen eco de las pronunciadas por Nuestra Señora a los pastorcitos de Fátima el 13 de julio de 1917: “Sacrifíquense por los pecadores, y digan muchas veces, en especial cuando hagan algún sacrificio: «Oh Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en desagravio por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”. (Lucía cuenta Fátima, Queriniana 1977, p. 121).
Sor Lucía relata que en ese momento hizo algunos pedidos y que Nuestra Señora le dijo que era necesario rezar el rosario para obtener las gracias.
8. Entonces, por los pecados de algunos o incluso de muchos, podemos hacer que desborde una gracia aún más grande.
Seguramente será así porque “Jesús ha resucitado y la Virgen fue asunta al cielo”, como le gustaba repetir a Giorgio La Pira, encerrando en estas palabras todos los motivos de su esperanza.
Jesús ha resucitado y con su resurrección hace irrumpir en el mundo una energía sobrenatural que da a muchos la fuerza para vencer el mal.
Y la Virgen asunta al cielo, contra la cual el enorme dragón rojo no puede hacer daño, es el signo de su continua intercesión y de la victoria final.
Te deseo lo mejor, te recuerdo en el Señor y te bendigo.
Padre Angelo