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Queridísimo Padre,
te escribo pues quiero preguntarte algo acerca de mi situación .
Tengo 39 años, estoy casado por civil con mi esposa… Tiene 27 años. Ambos venimos de dos fracasos matrimoniales, por mi parte he tenido tres niños y mi esposa actual uno. Junto a ella hemos tenido cuatro hijos.
Tanto yo como mi esposa hemos pedido la nulidad. Mi esposa la obtuvo, en cambio yo no. En mi caso no “subsiste una simulación del consenso” con mi ex esposa. Esto es cierto, porque nos conocimos en un camino de fe, habíamos considerado formar un matrimonio cristiano y tuvimos un noviazgo casto, llegando vírgenes al matrimonio. Vivimos la castidad también durante el matrimonio, abierto a la vida, que nos dio tres niños. Luego después de 7 años sentí atracción por mi actual esposa, en un periodo en el que con mi esposa no conseguíamos vivir nuestra intimidad. Así pues comencé una relación con mi esposa actual que ya estaba divorciada. Al comienzo solo era una amistad, pero después nació un sentimiento fuerte. Nunca tuvimos relaciones mientras duró este periodo clandestino, esperando que pudiéramos vivir la intimidad solamente cuando nuestra unión estuviera formalmente consolidada en un matrimonio.
Dejé a mi ex esposa y después del divorcio comencé los trámites para la anulación del matrimonio sacramental.
En todo este tiempo, nunca tuvimos intimidad, ni tampoco vivimos juntos.
Luego llegó la sentencia del tribunal eclesial y mientras el matrimonio de mi esposa actual fue anulado, el mío no.
Llegado a este punto, habría podido regresar con mi ex esposa, pero no me animé, porque me sentía más feliz con mi actual esposa. Nos casamos por civil y tenemos 4 hijos. Cuando tomé esta decisión, enterado el párroco, me prohibió recibir la comunión. Me dijo que había dos opciones para ello: dejar a mi actual esposa y volver con mi ex esposa, o bien dejar a mi esposa actual e ir a vivir solo.
Tomé la decisión de permanecer con mi esposa actual y no comulgar.
Pero yo no entiendo… yo estoy condenado a no poder comulgar porque he vuelto a casarme, pero de hecho vivo un matrimonio cristiano, mientras que hay parejas de mi parroquia, casadas por Iglesia que no ocultan el hecho de que usan anticonceptivos.
¿Por qué yo no puedo comulgar y ellos sí?


Respuesta del sacerdote

Muy querido,
1. Tu convivencia actual no es un matrimonio ante Dios.
Tu verdadero matrimonio es el que celebraste sacramentalmente en la Iglesia con la mujer de la que posteriormente te alejaste.

2. En el momento del consentimiento conyugal formulado ante Dios te expropiaste de ti mismo y te diste totalmente a tu esposa, y tu esposa hizo otro tanto contigo.
Por lo que desde ese momento se convirtieron en una sola cosa como Dios dijo desde los albores de la creación y como recordó Nuestro Señor con palabras muy fuertes: «De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido» (Mt 19,6).

3. Puesto que te donaste totalmente, no te ha quedado un asidero por el que puedas revocar la donación.
Desde ese momento comenzaste a pertenecer eternamente a tu esposa.
Por lo que cualquier otra forma de convivencia fuera de este verdadero matrimonio es una convivencia adulterina.

4. Por eso Jesús siguió su enseñanza acerca del matrimonio pronunciando estas palabras:  «Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio» (Mt 19,9).

5. Al quedar confirmada la validez de tu matrimonio sacramental, desde tu casamiento civil has comenzado a vivir en una situación de adulterio permanente.

6. Dices que por esta situación estás condenado a no poder recibir la Comunión.
A decir verdad es tu comportamiento el que de hecho te ha excluido de la posibilidad de recibir la Santa Comunión.
La Eucaristía se ofrece con el fin de recibir la fuerza para mantener los compromisos asumidos en el día del matrimonio y ser con el propio comportamiento signo visible del amor siempre fiel de Dios por el hombre y de Jesucristo por la Iglesia.

7. Este es el camino propio de santificación de los esposos.
Pero tú has abandonado este camino, no has mantenido tu promesa de fidelidad en la buena como en la mala suerte.

8. Lo que te dijo tu párroco, fue un acto de verdadera caridad para contigo, porque comulgar en ese estado no es una verdadera Comunión con Nuestro Señor.
Por eso la Sagrada Escritura pone de manifiesto: “Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación.  Por eso, entre ustedes hay muchos enfermos y débiles, y son muchos los que han muerto” (1 Cor 11, 27-30).

9. En relación con esto el santo Papa Juan Pablo II en la encíclica sobre la Eucaristía cita a San Juan Crisóstomo, es una especie de comentario a la afirmación de San Pablo en 1 Cor 11,28: «También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo» (Ecclesia de Eucaristia, 36).

10. Respecto a tu última afirmación: Pero yo no entiendo… yo estoy condenado a no poder comulgar porque he vuelto a casarme, pero de hecho vivo un matrimonio cristiano, mientras que hay parejas de mi parroquia, casadas por Iglesia que no ocultan el hecho de que usan anticonceptivos.
¿Por qué yo no puedo comulgar y ellos sí?
Desafortunadamente hay que reconocer que, si bien conservando la fe y las prácticas religiosas (y esto te lo reconozco), no vives en un matrimonio cristiano, sino en una convivencia adulterina.
Este es un hecho objetivo, a los ojos de los demás sería un escándalo si recibieras la Santa Comunión públicamente.
Por el contrario, la práctica anticonceptiva de otras parejas cristianas no es un hecho evidente, que todos puedan constatar. Es un pecado oculto.
Si luego comulgan lo mismo, sin que antes se hayan confesado, constituye por cierto un pecado que agrava aún más su situación de la que deberán responder ante Dios.

11. Juan Pablo II en Familiaris consortio ha declarado: “La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio” (FC 84).

12. La única posibilidad para poder comulgar está ligada a la condición indicada por Juan Pablo II en el mismo documento magisterial: “La reconciliación en el sacramento de la penitencia -que les abriría el camino al sacramento eucarístico- puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, -como, por ejemplo, la educación de los hijos- no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos»” (FC 84).
La Congregación para la Doctrina de la Fe, el 14 de septiembre de 1994, en la Carta a los Obispos de la Iglesia Católica, añade:
permaneciendo firme sin embargo la obligación de evitar el escándalo” (N 4). Lo que implica que no se puede comulgar donde se los conoce como divorciados vueltos a casar.

Te deseo todo bien, te bendigo y recuerdo en la oración.
Padre Angelo