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Buenos días, Padre Angelo

quisiera empezar agradeciéndole de corazón por esta columna que yo, personalmente, he descubierto hace poco pero que estoy seguro que me será de gran ayuda para aclarar dudas.

Me llamo S. Tengo 29 años. Todas las mañanas, antes de ir a trabajar, me reúno en oración y voy a misa con bastante regularidad.

Sin embargo, por desgracia, tengo un gran problema con la masturbación. No me ocurre todos los días, pero es algo con lo que lucho. Me siento encerrado en una prisión. Esto me provoca un profundo sentimiento de vergüenza ante el Señor, y siempre me imagino lo que podría pensar de mí en ese momento. Todo esto me resulta muy pesado. Quería preguntarle si podría darme algún consejo sobre cómo afrontar esto, para poder eliminarlo definitivamente de mi vida.

Muchas gracias

Respuesta del sacerdote

Querido,

1. En muchas respuestas he intentado dar consejos sobre cómo superar este problema que aqueja a muchos adolescentes y también a personas que han superado la edad de la adolescencia.

Para ello te remito al uso del buscador que encontrarás en la portada de nuestra web.

2. Sin embargo, me gustaría darte un consejo.

Me refiero a la primera de las cinco indicaciones que Santo Tomás de Aquino ofrece para superar las tentaciones de la impureza.

Dice que “el primer y principal remedio es mantener la mente ocupada en la contemplación de las cosas divinas y en la oración”.

La contemplación consiste en mantener “la mirada fija en Jesús, en escuchar su palabra, en un amor silencioso, en unirse a Jesús y a los acontecimientos de su vida” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2724). 

Intenta vivir estos cinco pasos. No tardarás en sentirte embriagado de gracia, paz, pureza y dominio de ti mismo.

3. Hago especial hincapié en el amor silencioso por el que recibes a Jesús que se entrega a ti con su persona, con sus méritos, con su gracia.

A su vez, tú te entregas a Jesús y te sientes uno solo con Él.

A un joven de tu edad se le puede pedir que haga esta experiencia.

Sólo saboreando alegrías inmensamente superiores y más duraderas que las de los placeres carnales, que, por otra parte, sólo duran un momento y dejan interiormente desolado, se puede encontrar la fuerza para rechazar con decisión las tentaciones que vienen a privar de tan grandes bienes.

4. Para mantener la cabeza y el corazón llenos de otros pensamientos y realidades, comprométete a leer algunos pasajes de los Evangelios. Aquí encontrarás “la armadura de Dios,  para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos.” (cf. Ef 6,13). 

Vístete “con la coraza de la justicia” (Ef 6,14), es decir: permanece siempre en gracia de Dios. Con su presencia y obra puedes vencer.

5. Trata de empuñar “el escudo de la fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno.” (Ef 6,16), es decir, trata de permanecer siempre en la presencia de Dios. Sólo si estás en la presencia de Dios se pueden apagar las tentaciones más violentas del maligno.

Sobre el tema de las flechas incendiarias, hay que recordar que los antiguos a veces rodeaban la punta de la flecha con estopa empapada en brea y le prendían fuego en el acto de dispararla. Eran, pues, flechas incendiarias.

Pero si chocaban contra un escudo, la flecha se extinguía.

El compromiso de estar siempre en presencia de Dios es para nosotros un gran escudo que apaga las flechas incendiarias del Maligno.

6. Por último, toma “también el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Ef 6,17). El yelmo de los cristianos es la esperanza de la Vida eterna, que puede perderse por cualquier pecado mortal.

La espada del Espíritu es la palabra de Dios, como dice el mismo San Pablo. Es más penetrante que una espada de dos filos.

7. Pero todo esto no basta sin la oración, que es el arma más poderosa para vencer las tentaciones del Maligno.

No se puede olvidar lo que Cristo dijo a los suyos antes de ser arrestado en el Monte de los Olivos: “Velad y orad para no caer en tentación” (Mc 14,38).

Con la oración haces presente y activo a Jesucristo en tu vida.

Solo no puedes hacer nada.

En cambio, con Cristo presente y activo puedes ganar todas las batallas. Toda la fuerza del cristiano viene de Dios, de su presencia y de su poder omnipotente.

Por eso dice San Pablo: “Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animadas por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder por todos los hermanos” (Ef 6,18). 

8. Por último, comprométete cada día en un momento concreto de tu jornada a traer a Cristo a tu vida, a hacerlo presente y activo a través de su palabra.

Inmediatamente te sentirás revestido de fuerza. Ciertos pensamientos se te pasarán de maravilla.

Sobre todo, experimentarás una alegría tan grande que te sentirás colmado, lleno, de tal modo que te repugnarán las bellotas de las que se alimentan los cerdos, por utilizar el lenguaje del Evangelio (cf. Lc 15, 15).

Con el deseo de que vayas de victoria en victoria y de alegría en alegría, te bendigo y te recuerdo con gusto en la oración.

Padre Angelo