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Cuestión
Querido Padre Ángelo,
Me dirijo a usted para pedirle consejo. Tengo 22 años. Este año estoy haciendo una experiencia de aspirante en una orden religiosa de vida activa. Tomé esta decisión después de un largo discernimiento y junto con mi guía pensamos que ya era el momento adecuado para empezar. Me gustaría decir que, aparte de las pequeñas discusiones que tuve con mis padres para entrar, ahora todo va un poco mejor. Estoy muy serena y feliz de que mi vida está toda en manos de Dios y que todo lo que hago es para Él.
A pesar de ello, tengo algunas dudas sobre si continuar o no con la experiencia. Mi temor es que me haya influenciado o condicionado en mi decisión y me haya adaptado a esta vida… Es decir, Dios está en todas partes, así que ¿por qué no debería sentirme bien en este lugar también? Dios también está aquí. ¿Cómo puedo saber si ésta es realmente mi vocación?
Me da un poco de miedo que la permanencia en un instituto religioso pueda limitar de alguna manera las cosas que a uno le gustaría hacer y las novedades que le gustaría aportar. En mi vida siempre he percibido el camino de Dios como el lugar donde me siento verdaderamente yo misma y feliz, pero ¿es posible entenderlo dejando de vivir entre gente como los laicos? Espero su respuesta rezando para que Dios me ilumine y nos rodee de su sabiduría.
Gracias por este maravilloso espacio que has dejado abierto a todas las personas que desean respuestas.
C.
Respuesta del sacerdote
Querida C.,
Me he retrasado mucho en responder a su correo electrónico y le pido disculpas.
1. Seguramente has hablado con muchas personas sobre tu estado interior y sus palabras serán sin duda más precisas que las mías porque esas personas te ven y te conocen. Las preguntas que te haces en este momento de discernimiento son bastante comunes: ¿el Señor también está fuera, fui realmente libre en mi decisión o hubo elementos que influyeron en ella, se puede ser feliz también fuera, no puedo introducir cosas nuevas que me parecen importantes…?
2. Pues bien, la motivación principal de la vocación religiosa debe ser estar unida al Señor sin distracciones para ser santos en cuerpo y espíritu, como dice San Pablo en 1 Cor 7. En otras palabras, es una especie de matrimonio espiritual con el Señor. Éste y no otro debe ser el motivo que sostenga nuestra vocación. Sin duda, la vida consagrada nos ayuda a vivir en unión con el Señor. Todo apunta a esto, desde la disposición de la casa, los horarios, los ritmos de oración, la observancia de la Regla, el comportamiento de los hermanos y hermanas. En esto sin duda hay algo mejor y más feliz como dice San Pablo con respecto a la vida del mundo. Si no existiera esta cosa mejor y más feliz, la vocación a la vida consagrada sería inútil.
3. Uno puede preguntarse, con razón, si ha habido influencias en nuestras deliberaciones que nos han inclinado hacia la vida consagrada. No es difícil encontrar influencias, pero eso no significa que nuestra elección haya sido menos libre. Incluso los que se enamoran de un chico o una chica están influenciados por la persona de la que se enamoran. El encanto en sí mismo es una influencia inicial. No lo es todo, pero también está ahí, y es insustituible. Pues bien, ¿por qué la vida consagrada no ha de estar sometida al mismo mecanismo que las demás opciones de la vida? Detrás de cada elección siempre hay una atracción, una fascinación, una llamada que ejerce sobre nosotros un impulso para avanzar en esa dirección. Está claro que es necesario discernir esta fascinación para que no sea un simple error. Y esto es lo que estás haciendo ahora y lo que hacías incluso antes de comenzar este periodo de aspiración.
4. No creo que el criterio para verificar la autenticidad de una vocación sea ser feliz. Se puede ser feliz en cualquier estado de vida, sobre todo porque en cada uno de nosotros puede haber una pluralidad de vocaciones, todas ellas buenas y santas. En cambio, es necesario examinar cuál es nuestro lugar, el que mejor corresponde a nuestras propias inclinaciones, deseos, aptitudes y, al mismo tiempo, a la llamada específica hecha por el Señor a través de signos, gracias, iluminaciones y toques particulares. No es necesariamente la gratificación o la felicidad subjetiva lo que mueve a elegir la vida consagrada, sino la felicidad de los demás. Y esto es lo que estimula a la persona consagrada a crecer cada vez más en la caridad, es decir, en la entrega a Dios y al prójimo amado en el Señor y con vistas al Señor.
5. En cuanto a las novedades que hay que introducir: es justo que cada uno tenga su propio punto de vista sobre la vida consagrada, y que quiera también vivirla de la manera que le parezca que corresponde mejor a sus propias necesidades y a las de los demás. Pero la belleza de la vida consagrada es también ésta: que se trata de comparar lo que cada uno considera más oportuno con lo que otros consideran más oportuno. Esto debe hacerse sin la prisa de querer adaptar a los demás al propio punto de vista, pues de lo contrario sería prevaricación, sino con esa humildad acompañada de la oración y la caridad por la que se sabe esperar el momento preciso en que el Señor mismo abra el camino en la armonía y la iluminación de las mentes sin desavenencias ni divisiones.
Te agradezco que me hayáis dado la oportunidad de aclarar estos criterios básicos que son fundamentales para la consagración al Señor en la vida común. Te deseo un feliz progreso en el camino que has tomado, te encomiendo con gusto al Señor y te bendigo.
Padre Ángelo